Lisboa, Salamanca y el XXVII Encuentro de Escritores Iberoamericanos
Escribo bajo la tutela del Tormes. Después de un viaje de seis horas, acompañado por una columna de importantes pilares de la poesía latinoamericana, luego de observar desde la ventana del bus tierras lusitanas, con la emoción del primer asombro, de pie frente a una joya de piedra, para dar cuenta de lo valioso que es no claudicar la vocación.
He llegado a Salamanca el 12 de octubre, día de la hispanidad, y ha sido como retornar con una señal: asumir nuestro mestizaje, sentir que palpita en nuestro ADN la búsqueda del Inca Garcilaso y la genialidad de Cervantes, la luz de Unamuno y el registro de Palma, Chocano en toda su dimensión, la vitalidad de Machado.
Anoche, en la Fundación José Saramago, guiados por esa cordillera trasatlántica que significa mi hermana Lauren Mendinueta, fuimos recibidos por Pilar Del Río, la eterna compañera del autor de “Ensayo sobre la ceguera” y “El evangelio según Jesucristo”, entre otras grandes obras que le valieron el Nobel. Allí, acompañados por poetas portugueses, leímos Hugo Francisco Rivella (Argentina), Lizette Espinosa (Cuba) y Valeria Sandi (Bolivia). Seis países abrazados por la poesía, por la brisa del Tajo y por la presencia inevitable del marqués de Pombal, cuyas decisiones palpitan en las calles de Lisboa.
Hoy inicia el XXVII Encuentro de Escritores Iberoamericanos, fundado y dirigido por el poeta peruano salmantino Alfredo Pérez Alencart, son más de setenta poetas quienes participan, escritores que llegan con la ilusión de escucharse, de retroalimentar sus estilos, de validar sus tradiciones. Pérez Alencart ha hecho de Salamanca el epicentro cultural que captura octubre para entregarnos una visión de la utopía.
Aquí, Hugo Francisco Rivella, recibirá la Medalla Fray Luis de León, el poeta de “Poemas del cosmonauta ebrio”, el Premio Leonor, el trovador que tuvo en Manuel de Castilla su primer maestro, será reconocido con una distinción que estoy seguro lo pondrá más cerca de todos porque Hugo es ese compañero que abraza a todos con la emoción de un niño que se conmueve cuando llueve. Para quien suscribe esta columna es un orgullo llegar aquí con ellos. Y esto lo sabe mi ángel, lo sabe el espíritu de mis padres que seguro estarán atentos para continuar marcándome el camino. Gracias Alfredo, por reunirnos.
Gracias Salamanca, Luciérnaga de Piedra, por conservar el espíritu de aquella vida retirada a la que se refirió el poeta, gracias por perturbarnos con él Tormes, el puente romano, tu catedral, y la energía del tres veces rector, autor de “Niebla” y “Algunas consideraciones sobre la literatura hispanoamericana”, a propósito de su lectura de Riva Agüero.
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