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Las secuelas de la pandemia

Fecha Publicación: 07/06/2020 - 20:50
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Nos acercamos a los primeros 100 días de la declaratoria oficial del ingreso de la pandemia a nuestro territorio. Tal como era previsible, la mayoría de peruanos, los responsables de administrar nuestro vetusto Estado y nuestra rancia clase política, jamás le prestaron la suficiente atención al tsunami viral que se acercaba amenazante a nuestras costas. No hubo simulacros previos, ni planes, ni estrategias para enfrentarlo.
Lo peor. El tsunami viral encontró a un país partido en islas de intereses mercantilistas, despreocupado de su esencia humana frente a los rezagos de la pobreza y del subdesarrollo, quebrado en sus sistemas de salud, descapitalizado en gestión pública, asfixiado en corrupción y anémico de reformas estructurales.
Mal que bien, el tsunami viral encontró un fortín de reservas económicas, que con sangre, sudor y lágrimas se formó gracias a la disciplina fiscal, que evitó en el pasado ser asaltados por tentaciones populistas. Al menos, guardamos pan para mayo.
De esta manera, el Perú recibió con los brazos abiertos a la COVID-19. Y el abrazo, como era de esperarse, fue mortal. Tan así, que hoy lideramos el ranking de letalidad mundial (sí, aquel que cuenta no sólo los “registros oficiales” sino también las muertes escondidas por el sub registro de muertes desde que se infectó el país).
Las secuelas de la pandemia serán aún más dolorosas. No sólo el cronómetro mortal seguirá en ascenso, sino los costos de la guerra viral serán incalculables. Lo paradójico es que para luchar contra una pandemia, según las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), los países tuvieron que ahorcarse, quitarse el oxígeno económico, apagar sus fábricas y tapiar sus comercios, obligarnos a encerrarnos en nuestras casas, y esperar a que el ejército de bata blanca (doctores, enfermeros, asistentes) luche sin armas certificadas (hasta hoy nadie se pone de acuerdo en la fórmula ideal de medicación), sin equipos, ni insumos, y sin un soporte de gestión gubernamental adecuado para atender la demanda de suministros que exige esta guerra.
Y, mientras mueren defendidos y defensores, la mayoría de peruanos buscan salir desesperadamente del pantano recesivo. Quienes nos gobiernan, exigen a los “formales” que quieren salir del pantano una larga lista de exigencias normativas. Es como pedirle a uno que se está ahogando, que para lanzarle el salvavidas tenga primero que mostrar sus últimas vacunas y su DNI con el último sello de votación.
En tanto ocurre ello, los informales tratan de salir desesperadamente del pantano, pisándose y contagiándose entre ellos, tratando de esquivar los palos de la legalidad. Y es aquí, en este escenario, que empieza una nueva guerra, la de la sobrevivencia, o nos mata el virus o nos acuchilla el hambre. Las secuelas de las nuevas batallas populares serán también dolorosas, pero, de seguro, saldremos triunfantes, pero mal heridos. El tiempo será quien, finalmente, cure nuestras heridas y sea un bálsamo para nuestro dolor.