Las inundaciones en Texas ponen a prueba la sensibilidad humana
El 4 de julio pasado se marcó un hito en la historia del estado de Texas, un antes y un después en el país más poderoso del planeta, que, pese a su condición de tal, paradójicamente fue incapaz de afrontar la repentina inundación con auxilio oportuno a las víctimas.
Si bien la desgracia aconteció a miles de kilómetros de nuestro territorio, no deja de ser nuestra. Nos duele en el alma por las víctimas, especialmente niñas, cuyos cuerpos aún siguen siendo buscados; por la total falta de previsión del gobierno de ese estado; por la soberbia de su gobernador, Greg Abbott, quien poco antes se atrevió a desafiar a Dios vociferando: “Si Dios fuera migrante, también lo deportaríamos”.
Nos duele también porque en ese país habitan millones de hermanos latinoamericanos, incluidos nuestros compatriotas peruanos. Todos ellos, con su trabajo sacrificado desde mediados del siglo XX y, sobre todo, en la actualidad, contribuyen significativamente al desarrollo de los Estados Unidos de América. Nadie les regaló nada. Llegaron, independientemente de cómo ingresaron, se pusieron a trabajar, superándose cada día, sometiéndose disciplinadamente al ordenamiento jurídico y, sobre todo, aportando con su oficio o profesión a satisfacer las necesidades de esa sociedad.
Pero llegó la inesperada inundación. El río Guadalupe creció ocho metros en 45 minutos la mañana del 4 de julio, causando estragos y más de 100 muertos en el centro de Texas. No dio tiempo para nada. Las furiosas aguas arrasaron con las cabañas donde se alojaban miembros de una congregación religiosa. Muchas niñas fueron arrastradas por la corriente, sin recibir auxilio inmediato.
Las últimas cifras señalan que los fallecidos suman 131 y se prevé la llegada de nuevas tormentas. Noventa y siete personas continúan desaparecidas, la mayoría en el área de Kerrville, una de las más afectadas. La corriente del río siguió incrementándose tras una lluvia torrencial de casi 300 mm/hora.
Las autoridades suspendieron la búsqueda por riesgo de nuevas crecidas, mientras instan a la población ribereña a trasladarse a zonas más elevadas. Casi un tercio de las víctimas son menores que estaban en un campamento de verano en Hurt. La región aún no se ha recuperado del desbordamiento del río Guadalupe.
Texas, conocido como el “callejón de las inundaciones repentinas”, no suele sufrir crecidas tan súbitas. Pero expertos como el meteorólogo Shel Winkley advierten que el cambio climático intensifica estos eventos extremos.
En medio del dolor, resalta la solidaridad latinoamericana: grupos de rescate mexicanos cruzaron la frontera con perros adiestrados y equipos propios para apoyar sin pedir nada a cambio.
Lo ocurrido en Texas nos duele a todos. Debemos responder con sensibilidad humana. La represión migratoria no debe entorpecer la ayuda humanitaria.
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