Las instituciones son importantes, pero sus líderes las deterioran
El presidente Donald Trump dijo recientemente: “Si la OEA no está dispuesta o no puede desempeñar un papel constructivo, nos preguntamos seriamente: ¿por qué existe?”, planteando así la tensión entre el ideal institucional y la realidad humana.
Instituciones como la justicia, la educación, la salud o la democracia fueron creadas para organizar la vida en sociedad, garantizar derechos, establecer normas y permitir la convivencia. Su diseño buscaba ser imparcial, estable y duradero. Sin embargo, cuando quienes las lideran actúan por intereses personales, ideológicos, corrupción o incompetencia, distorsionan su propósito original. Un sistema judicial, por ejemplo, puede volverse injusto y arbitrario si jueces y fiscales no actúan con imparcialidad. En nuestro país, lamentablemente, esto se percibe a diario.
Soldados, policías y comités de autodefensa que lucharon contra el terrorismo nunca pidieron impunidad, sino justicia. No obstante, las instituciones peruanas no estuvieron a la altura, ni tampoco el Sistema Interamericano de Derechos Humanos, incluyendo la Corte y la Comisión IDH. A modo de comparación, los juicios de Núremberg se iniciaron el 20 de noviembre de 1945 y concluyeron el 1 de octubre de 1946. En el Perú, han pasado más de 30 años y se sigue persiguiendo a quienes vencieron al terrorismo. Esta prolongada persecución, sumada a errores y arbitrariedades, ha minado la credibilidad del sistema judicial, cuyo accionar muchas veces responde más a intereses que a justicia.
Estamos gobernados por personas que, aunque elegidas democráticamente, han sorprendido al país al tomar decisiones necesarias y valientes, como incrementar sueldos y pensiones a militares y policías tras años de abandono, recuperar la operatividad de las Fuerzas Armadas, y fortalecer la industria militar. También se atrevieron a promulgar la Ley de Amnistía, reconociendo el esfuerzo de quienes defendieron al país. Hoy se debate incluso una posible salida del Sistema Interamericano de Derechos Humanos, cuya actuación en el Perú ha sido altamente cuestionada. Durante décadas, este sistema ha emitido fallos que muchos consideran contrarios a nuestra soberanía, incluso favoreciendo a terroristas confesos con reducción de penas, liberaciones e indemnizaciones.
Los acuerdos internacionales son importantes en una sociedad civilizada, pero deben cumplir con los objetivos para los que fueron creados. Cuando se desvían de esos fines y se convierten en herramientas políticas o ideológicas, pierden legitimidad. Como bien dijo Trump: si una organización no ayuda a construir, ¿para qué existe?
La falta de transparencia y la debilidad en los mecanismos de control permiten abusos y erosionan las instituciones desde adentro. En lugar de contribuir al desarrollo, algunos organismos se han convertido en obstáculos. ¿Tiene sentido seguir aceptando acuerdos que no ayudan a alcanzar nuestros propósitos nacionales?
Por Gral. Div. EP Ronald Hurtado Jiménez
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