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¿Las ciudades inteligentes son el futuro para el Perú?

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Fecha Publicación: 10/07/2025 - 22:20
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En la era de los datos y la automatización, las llamadas ciudades inteligentes han dejado de ser una utopía futurista para convertirse en una herramienta concreta de gestión, desarrollo… y control. China lidera este camino con una ambición clara: construir un sistema hiperconectado, eficiente y funcional, donde la vigilancia no es un accesorio, sino el núcleo de la vida urbana.
Este modelo no es neutro. Está anclado en una lógica donde el orden, la estabilidad y el progreso material se garantizan a través del seguimiento constante de la conducta ciudadana. Tecnologías como el reconocimiento facial, el análisis masivo de datos (big data) y el puntaje social han permitido a China mantener una sociedad ordenada, reducir ciertos niveles de pobreza y responder a las demandas básicas de millones de ciudadanos. Pero ese orden tiene un precio: la erosión progresiva de las libertades individuales.
Desde occidente, es fácil levantar alertas éticas. Pero también es cierto que, a lo largo de la historia, distintas sociedades han aceptado mecanismos de control si a cambio se les promete seguridad, progreso o simplemente la posibilidad de no preocuparse por nada. Y en un mundo cada vez más complejo, con instituciones debilitadas y brechas sociales profundas, ese tipo de promesas pueden calar en sectores de la sociedad.
Perú se encuentra hoy en una encrucijada. El puerto de Chancay, con participación china, no es solo una obra de infraestructura: es una puerta geoeconómica. Y la eventual construcción del tren bioceánico (propuesto por China y Brasil sin consultarle al Perú) que lo conectaría con el puerto de Santos en Brasil, consolidaría una nueva columna vertebral para el comercio suramericano… con China como gran articulador.
La pregunta es: ¿qué más viene con esa infraestructura?
Los proyectos no solo traen cemento y tecnología, también traen visiones del mundo. Si China se convierte en socio estructural del desarrollo nacional, no es descabellado imaginar que su modelo de gestión urbana y social se proponga como referencia para las futuras ciudades del Perú. Y en un país con graves déficits de seguridad, informalidad y gobernanza, las soluciones automatizadas podrían sonar irresistibles.
¿Aceptaremos la implementación de plataformas digitales de vigilancia para combatir la delincuencia? ¿Dejaremos que los algoritmos decidan a quién se le otorgan beneficios sociales o permisos municipales? ¿Estaremos dispuestos a vivir bajo una lógica de eficiencia impersonal a cambio de un orden que el Estado peruano no ha sabido darnos?
La proximidad con China es cada vez mayor. No solo económica, sino estratégica. Y como todo país con ambiciones hegemónicas, China tenderá, tarde o temprano, a proyectar también sus valores, su cultura política, su forma de ver el mundo. Lo hará con paciencia, con tecnología, con convenios multilaterales y con inversión sostenida. Lo hará con seducción.
Si el Perú quiere subirse al tren del desarrollo sin convertirse en una estación más del modelo chino, necesita pensar desde ahora cómo proteger su soberanía política y su diversidad social. El futuro urbano puede ser inteligente, sí, pero también debe ser profundamente humano. La pregunta clave no es solo qué ciudad queremos, sino qué tipo de ciudadanos queremos ser.

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