ÚLTIMA HORA
PUBLICIDAD

La ventana de Alain

Imagen
Fecha Publicación: 18/07/2025 - 21:00
Escucha esta nota

La generación del 90 –a diferencia de ciertas similitudes colectivas en los 70 y 80– estaría caracterizada por lo que el poeta y estudioso Luis Fernando Chueca ha llamado ‘la consagración de lo diverso’. En efecto, una amplitud de registros parece alumbrar dicha explosión poética de fines del siglo pasado. Dentro de este contexto aparece Alain Zegarra Sun, a propósito de la publicación de su libro Ventana sin marco.
Desde el título, el volumen nos anuncia su veta imaginativa y quizá su prosapia surreal. Pero también su constructividad abierta: el ancho mundo nos parece convidar a mirarlo e imaginarlo desde aquella ventana sin límites que sería la poesía misma. Así definidas las cosas, empezamos nuestro viaje con el Argonauta –como se titula la primera parte del poemario– en clara alusión al mítico periplo de la antigüedad e incluso a nuestra contemporaneidad conversacional (pienso en Enrique Lihn), pues el viaje ha sido considerado símil de la existencia: desplazamiento y tránsito por el que discurrimos hasta nuestro destino final. Recibimos entonces la visa para el Pasaporte a tu encuentro primer texto de la primera sección del libro.
Se trata de un poema de amor, escrito –según nos enteramos por la dedicatoria– a caballo entre Lima y Santiago de Chile. Se citan espacios de los dos países mencionados –Barranco, el Mapocho, Cerro Azul, La Chascona– en un devenir pleno de referencias cultas occidentales-el film Los paraguas de Cherburgo, Cyrano de Bergerac, los cantares de gesta europeos, Tirante el Blanco hacia donde el poema ancla sus marcas intertextuales, sin perder su raíz étnica: “mis ansias / de huaso trepidante / hacia dos centinelas de fuego / atalayas incaicas de un tiempo / cuajadas en fraguas andinas”, Al par que un diestro dominio del ritmo en poesía: “ese lento trotar de gacela / que tú encarnas radiante en resquicios / de un gentil plenilunio en Maipú”. Imbuido de una nostalgia irreparable el poema culmina con una lograda incrustación visual, aunque nos diga el poeta que lo que lo hace “sin más técnica ni vanos artificios” en realidad asume un legado que viene desde Apollinaire y las vanguardias.
Prosiguiendo con la estructura del libro, entramos a la parte segunda. Simbad reencarna en Cousteau, es decir se junta lo antiguo y lo moderno siempre con el asunto del viaje. Igual que la primera, esta sección está conformada por tres poemas. Vivir –como su nombre lo sugiere – constituye una exploración en el misterio de la existencia humana, enfatizando nuestra condición corpórea, insoslayable materialidad, que se resuelve por supuesto en la propuesta del amor y del deseo. El poema se cierra con esta constatación concreta de nuestra experiencia real: “la vida nos pide ilusiones / fecundas de sangre y esperma”. Manual dactilográfico –el poema siguiente– es un canto al Perú “algo más que banderas en el mapa”, según reza el primer verso con hermosas imágenes como ésta: “Mi patria es vino acostado en la hierba» que nos remite a una suerte de interiorización de la óptica desde la cual está concebido el texto. O esta otra: “catarata eclipsada en clepsidra y espada”.
El poeta hace un acercamiento en llave neobarroca a las más recientes y renovadoras tendencias de la poesía latinoamericana; una elaborada imaginaria hace gala de su logrado trabajo de lenguaje, para plantear una firme y asegurada vida en poesía más allá de la finitud inexorable de la que somos objeto: “viviendo la muerte de un día / rimándote en clave mayor, / muriendo en tercera existencia / creándote un gnomo cantor”.

Por Roger Santiváñez

Mira más contenidos siguiéndonos en FacebookXInstagram, TikTok y únete a nuestro grupo de Telegram para recibir las noticias del momento.