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La universidad del deseo y la necesidad

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Fecha Publicación: 20/12/2024 - 21:40
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El término “universidad” proviene del latín universitas magistrorum et scholarium y es la comunidad de maestros y estudiantes unidos por el conocimiento. Esta entidad no estuvo presente en la Roma antigua.
En Europa se dieron las primeras universidades de Occidente durante el siglo XI y XII, con instituciones como la Universidad de Bolonia (fundada en 1088) y la Universidad de París (en 1150). Estuvieron bajo el manto de la Iglesia Católica y las monarquías, y estimaban cubrir las necesidades de la sociedad que requería expertos en derecho, teología y medicina. Vale precisar que la primera fue la Universidad de Al-Karaouine, fundada en 859 en Fez, Marruecos.
Las universidades contaban con autonomía jurídica, un privilegio consagrado en bulas papales como la de Parens scientiarum (1231) emitida por el papa Gregorio IX, que reconoció a la Universidad de París como una entidad autónoma. De ahí surgió el actual concepto de autonomía universitaria ante el poder político.
Las colonias también tuvieron estas entidades. La Real y Pontificia Universidad de San Marcos, fundada en 1551 en Lima, Perú, es la más antigua de América y es la prueba de la transmisión del conocimiento europeo al continente americano. San Marcos nació bajo los auspicios del rey Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico, y el papa Julio III, para formar clérigos, juristas y administradores para la sociedad colonial.
Con los movimientos libertarios propiciados por la Revolución Francesa de 1789, la Universidad de San Marcos se convirtió en un centro intelectual durante la independencia. Don Toribio Rodríguez de Mendoza fue uno de los más notables promotores. Como nos indica Antonio Cornejo Polar, en Escribir en el aire (1994), la universidad latinoamericana fue y es un espejo de los conflictos y aspiraciones de nuestras sociedades.
Es por ello que, tanto las universidades actuales como las nuevas por crearse, deben recordar que educar es más que transmitir información, es formar seres humanos integrales, con valores, capaces de pensar críticamente y actuar con ética. Es bueno recordar que el personal que conforma estas entidades y los que han recibido sus servicios son los que generan la imagen de las mismas y brindan el reconocimiento público que merecen.
Haciendo una toma legal de ellas, debemos recordar que la educación superior está regida por principios como la autonomía universitaria, la libertad de cátedra y el acceso equitativo al conocimiento. En el Perú, tenemos la Ley Universitaria (Ley 30220, 2014) que propugna que las universidades deben contar con estándares de calidad, promover la investigación científica, la creación cultural, la innovación tecnológica y la responsabilidad social.
Educar es un arte que implica un equilibrio entre enseñar contenidos técnicos y fomentar valores humanos. Paulo Freire, en Pedagogía del oprimido (1968), nos indicó que la educación verdadera es praxis, reflexión y acción sobre el mundo para transformarlo. Por ello, dentro de los claustros universitarios se da un proceso político y cultural que debe orientarse al desarrollo integral de las personas.
Como escribió el historiador peruano Jorge Basadre en La promesa de la vida peruana (1943), el porvenir no está escrito, pero depende de lo que hagamos hoy. Deseo que nuestras universidades sigan siendo el motor del cambio y el arte de educar, el camino hacia un futuro más brillante y sostenible, y promuevan valores que tanta falta hacen en nuestra sociedad.

César Alfredo Montes de Oca Dibán
Abogado, docente universitario, consultor legal

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