La unión civil no es matrimonio
Mientras escribo esta columna, aquí en París, al tiempo de recordar la ley N° 2013-404 de 17 de mayo de 2013 de la República Francesa que legalizó la unión de parejas del mismo sexo residentes en este país, quisiera contribuir para centrar el debate en el Perú en torno de la reciente aprobación en la Comisión de Justicia y Derechos Humanos del Congreso de la República, de la denominada Unión Civil (UC), y al hacerlo, será fundamental enfatizar que dicha unión no es lo mismo que la institución del Matrimonio, y tampoco se le parece. Será importante no confundir papas con camotes. Así como creo firmemente en que las parejas del mismo sexo tienen todo el derecho del mundo de contar con garantías respecto de su respetable relación que puede tener un alcance no solo patrimonial sino, además, afectivo, de lo contrario, será difícil creer que aspiren a la referida UC, también debo decir, enfáticamente, que jamás será lo mismo que el matrimonio. El fundamento de esta aseveración diferenciadora no requiere de mayor esfuerzo, pues el matrimonio sola y únicamente se concibe como la unión de un varón y una mujer, exactamente como está consagrado en el artículo 234 del Código Civil del Perú, que por cierto está cumpliendo en 2024, cuarenta años de vigencia en nuestro país. Es verdad que, en otros países como Francia, y gran parte de Europa, a la UC jurídicamente la han equiparado con el matrimonio. Siempre dije, como ahora, que ese es un error de fondo sustantivo, pero que fue consumado como logro legal gracias al auge de las corrientes progresistas en el viejo continente y en realidad en muchos otros espacios del globo. Que así lo sea en el derecho comparado, no significa que en nuestro país terminemos haciendo lo mismo, si acaso la idea de los promotores de la UC es asumir que, en la eventualidad de ser aprobado por el Pleno del Legislativo peruano, sería un paso en el camino a consumar el denominado matrimonio igualitario. Lo que debemos hacer en el Perú es proteger y fortalecer a la institución del matrimonio, base primigenia, natural inclusiva y excluyente de un varón y una mujer para formar la familia, mirando la triste realidad de tantas parejas heterosexuales que deciden convivir dominados por la vida secularmente pragmática, alejándose del matrimonio, y de aquellas otras parejas heterosexuales que, ilusionados inicialmente en el matrimonio, deciden en un santiamén acabarlo por el divorcio, acarreando un grave impacto en el imaginario de los hijos procreados, y no estar, en cambio, gastando vanas energías con posturas recalcitrantes, desdeñadoras y prejuiciosas respecto de las parejas homosexuales, también respetables -conozco a homosexuales más morales que muchos heterosexuales-, que como bien ha dicho el papa Francisco, son hijos de Dios y por su sola calidad humana, merecen el amor de Dios. Nada de cucufaterías en este asunto. Las parejas homosexuales tienen todo el derecho que sus circunstancias y sus límites les merecen, sin cruzar, eso sí, a las que solo el matrimonio puede acceder.
(*) Excanciller del Perú e Internacionalista
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