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La tumba de Borges

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Fecha Publicación: 01/10/2024 - 22:30
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En el cuartel Santa Lidia, E-5, del cementerio El Ángel de Lima, están los restos de mi padre, y en la plataforma San Antonio, H-10, del cementerio Campo Fe de Huachipa, los de mi madre. Muy pocas veces los he visitado porque tengo para mí que los cementerios son los únicos lugares en los que nuestros muertos no están, y porque todos los días —absolutamente todos— los visito en mi memoria. También —y por qué no decirlo—, debido a que soy refractario al sentimentalismo que, para mi mala suerte, es muy común entre nosotros.
Leí, hace algún tiempo, que el cuerpo de Shakespeare yace en el interior de la Iglesia de la Santa Trinidad de Stratford-upon-Avon en un mausoleo que estaba a punto de derrumbarse. No sé lo que ha pasado, pero qué importa si su alma está bajo la hierba verde de muchos corazones que, solo por algunos de sus parlamentos y de sus sonetos, estarían dispuestos a no dejar de latir en la hora suprema. Y su voz (la misma que solía escucharse en las plegarias vespertinas) en el viento que corre de un extremo a otro del mundo que nadie como él supo interpretar y escenificar.
La tumba de Borges está en el cementerio de Plainpalais, en Ginebra. En su lápida está escrita una frase en inglés antiguo que pertenece a un poema que conmemora la batalla de Maldon, ocurrida en el año 991, entre el ejército sajón y los temidos vikingos: And ne forthedon na… “No tengáis miedo a la muerte”. En el reverso de la lápida está escrito: Hann tekr sverðit Gram ok leggr í meðal þeira bert… “Esta es tu espada, soldado, para que la coloques en ellos desenvainada”. Y finalmente, debajo, el dibujo de un barco que simboliza el eterno viaje del hombre, cuya más alta virtud es el coraje.
Borges tuvo siempre una relación cercana con la muerte. “Espero que no se demore”, decía a menudo. Y en un poema dijo también: “…Sólo esa piedra quiero. Sólo pido/ las dos abstractas fechas y el olvido.” La piedra de su tumba en Suiza es la que quiso siempre, la misma a la que se refirió en su Evangelio Apócrifo: “Nada se edifica sobre piedra, todo sobre arena, pero nuestro deber es edificar como si fuera piedra la arena.” Su vida fue una edificación perseverante y fiel y calladamente desesperada. La realidad, pero también la esperanza. Por eso escribió: “Defiéndeme, Señor, del impaciente/ Apetito de ser mármol y olvido;/ Defiéndeme de ser el que ya he sido,/ El que ya he sido irreparablemente./ No de la espada o de la roja lanza/ Defiéndeme, sino de la esperanza.”

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