La tragedia de Melilla
En un caso más de la infinita barbarie humana, 23 africanos murieron este 24 de junio –cuatro días después de la conmemoración del Día Mundial del Refugiado- aplastados por centenas de sus compatriotas, al tratar de ingresar clandestina y violentamente a España desde Marruecos por el cruce fronterizo de Melilla. Hubo más de 500 heridos entre inmigrantes y policías de seguridad de ambos países. Horas antes de la tragedia, más de 1,700 inmigrantes, la gran mayoría sudaneses decididos a todo, descendieron del monte Gurugú armados de piedras y palos, no para saltar la valla que separa Marruecos de España, sino para forzar la puerta de acceso a Melilla en pleno cruce fronterizo.
Acorralados tras el abrupto ingreso por las bombas lacrimógenas y los proyectiles de goma, los cuerpos jadeantes y enardecidos de los refugiados que poco antes con un mazo y una radial habían conseguido romper la verja de metal, se fueron apiñando uno sobre otro, terminando trágicamente su odisea. Horas después, cientos de refugiados detenidos fueron puestos en autobuses, muchos de ellos heridos y sin medicación alguna, y fueron desperdigados en diversos pueblos, ya dentro de Marruecos, a varios cientos de kilómetros. Otra vez solos, hambrientos, casi desnudos, devueltos a la vida que quisieron para siempre abandonar.
Más de cien millones de personas en todo el mundo se han visto obligadas a huir de sus hogares por los conflictos, la guerra y la persecución. Entre ellas hay 27.1 millones de refugiados menores de 18 años. La actual guerra en Ucrania es una nueva fuente de refugiados, mientras en el África subsahariana el problema data de décadas. Sobreviven en campamentos insalubres, en países de acogida, en donde es siempre dramática su inserción, mientras otros tantos planean el escape del horror del hambre y la miseria.
El extraordinario escritor checo Milan Kundera, que vive en París desde 1975, afirma que erróneamente creemos en la posibilidad de reparación de las injusticias. Al contrario -señala- el papel de la reparación, de la venganza y el perdón, lo realiza el olvido: todo será olvidado, nada será reparado. El olvido es la única venganza y el único perdón. La primera cita la encontré por primera vez en el epígrafe a la novela Redoble por Rancas de Manuel Scorza que narra la masacre de ese poblado de nuestra serranía. La segunda es un verso de Borges que figura en su poema Fragmentos de un Evangelio Apócrifo: Yo no hablo de venganzas ni de perdones; el olvido es la única venganza y el único perdón.
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