La Tierra tiembla, ¿y nosotros seguimos dormidos?
El planeta nos está hablando. En las últimas semanas, una seguidilla de sismos de mediana y gran magnitud ha sacudido diversas regiones del mundo: desde Asia hasta América Latina, desde el Pacífico hasta el Mediterráneo. Lo que para los expertos puede ser parte de un ciclo natural en la dinámica de las placas tectónicas, para las sociedades es una señal de alerta que no debe ser ignorada.
No es casualidad que países como Japón, Taiwán, Chile, Perú, México o Filipinas —ubicados en el temido Cinturón de Fuego del Pacífico— estén nuevamente en los titulares por sismos superiores a los 6 o 7 grados. Tampoco es novedad que en muchas de estas naciones la infraestructura, la prevención y la cultura del riesgo sigan siendo inadecuadas o insuficientes, a pesar de los aprendizajes que dejaron tragedias pasadas.
Los expertos coinciden en que, por la acumulación de energía en las fallas tectónicas activas, en cualquier momento podría producirse un sismo de gran magnitud en países altamente sísmicos como Chile o Japón, con impactos potencialmente devastadores si no se toman las medidas necesarias con anticipación. El hecho de que estos eventos no hayan ocurrido todavía no es garantía de seguridad, sino más bien una advertencia silenciosa de la urgencia de estar preparados.
En Perú, por ejemplo, se habla con frecuencia de un posible “megaterremoto” en Lima, con estimaciones de daños que superarían los 25 mil millones de dólares. Se han hecho simulacros, se han emitido informes técnicos y hasta se han aprobado planes de emergencia. Pero todo eso se desdibuja frente a una realidad de calles sin rutas de evacuación, hospitales sin autonomía energética, viviendas informales sin resistencia estructural y una ciudadanía que apenas recuerda el número de emergencias.
Mientras tanto, en otros países con igual o mayor riesgo, como Chile, se avanza en la construcción de ciudades resilientes, refugios estratégicos y sistemas de alerta temprana con tecnología de punta. La diferencia no está en los recursos naturales, sino en la voluntad política, la planificación sostenida y el respeto por la vida.
Esta ola de sismos debe servir como punto de inflexión. No se trata de sembrar miedo, sino de promover conciencia. Los movimientos telúricos no pueden evitarse, pero sus consecuencias sí pueden ser mitigadas. La prevención es una política de Estado que no puede depender del ciclo electoral ni del escándalo del día.
¿Estamos preparados para un terremoto de gran magnitud? La respuesta más honesta es: no del todo. Y ese “no” es una deuda que tenemos como país con nuestras futuras generaciones. La Tierra seguirá moviéndose; lo que está en nuestras manos es evitar que tiemble también la estructura frágil de nuestras sociedades.
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