La sociedad del escándalo
Mario Vargas Llosa, en su libro La civilización del espectáculo, define a la sociedad del siglo XXI como proclive al entretenimiento, la diversión, la banalización de la cultura, la frivolidad y, en el mundo de la información, la chismografía y el escándalo.
El escándalo es un fenómeno social que implica la revelación pública de la violación de leyes, la comisión de actos inmorales, crímenes y destrucción de expectativas que provocan sorpresa, indignación y condena por la transgresión a la igualdad ante la ley.
Una tipología simple clasificaría a los escándalos en genotípicos y fenotípicos. Los primeros, ubicados en el ámbito de la corrupción institucionalizada, el ocultamiento y falta de transparencia o la cultura de la impunidad. El escándalo fenotípico es su expresión visible: hechos, revelación, denuncias y más.
Es un escándalo supino ocultar un acuerdo internacional de colaboración eficaz. Hoy se confirman las sospechas y, a decir de la presidenta del TC, “es un acuerdo de impunidad” donde el Perú agraviado es sometido y termina denunciado. Escandaloso que un fiscal cercano a Vizcarra, venido desde Moquegua, junto a Vela lo hayan urdido. Para confirmar el escándalo, ambos siguen felices en sus puestos.
Es de escándalo tener más de 40 partidos políticos nacidos de la pérfida “reforma política” de Vizcarra. Como también, que decenas de caudillos ambiciosos se crean presidenciables. En tierra de caudillos y caciques, bajar la valla era ambrosía pura, pero el fin escondido era dividir para vencer y someter los procesos al negocio de las PASO.
Escandaloso que Vizcarra, exgobernador de Moquegua, condicionara una licitación a coimas, que solícitos empresarios se lo aceptaran y luego, como vicepresidente y ministro, “cobrara” parte del turbio botín; y es escándalo superlativo que este engreído de oenegés y ciertos periodistas siga ufano cuando, por menos, muchos fueron a la cárcel.
Es escandaloso que una magistrada se aferre al cargo cuando la edad no se lo permite y que sus pares sean sus cómplices en la Junta Nacional de Justicia, encargada de nombrar y evaluar jueces y fiscales. Violaron la Constitución, confrontaron a un Congreso anodino y mantuvieron sus cargos escandalosamente.
Sobre la presidenta llueven escándalos: el gran escape de Cerrón y del hermano Nicanor, el escándalo del cofre y Mykonos, el de los relojes Rolex “prestados” de su Waiki, el reciente escándalo de Qali Warma, sus frívolas cirugías y un rosario de hechos desde lo anecdótico hasta lo presuntamente penal. La señora tiene la singular cualidad de “herirse por mano propia” y la mentira como piedra de toque para exacerbar el escándalo.
El escándalo está descentralizado y, ahí donde hay presupuesto del Estado, late la probabilidad de una algarada. Gobernadores y alcaldes no son menos que el gobierno central cuando de escándalos se trata.
Cada fin de semana, los dominicales televisivos abren una caja de Pandora de nuevos escándalos que evaporan los anteriores. Es fenotípico el sensacionalismo de algunos medios que MVLl llamaría chismografía; pero no habría escándalo 360 sin esa dosis reveladora. Luego vendrá la incapacidad de renuncia en esta cultura del atornillamiento al cargo a cualquier costo.
Así, entre algaradas, una sociedad atribulada se hace habitué del escándalo y peligrosamente añora el notición y le impacienta la tranquilidad, por sobre todo política. Nos queda la esperanza, a fin de año, de poder parafrasear a Basadre y decir que el Perú es más grande que sus escándalos.
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