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La sabiduría como máxima de la experiencia

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Fecha Publicación: 20/09/2024 - 21:30
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El uso de las máximas de la experiencia se remonta a la antigua Roma, donde se les conocía como praesumptiones hominis, es decir, presunciones humanas. A través de estas, el derecho romano consideraba observaciones generales sobre el comportamiento humano y las relaciones sociales para resolver casos en los que las pruebas eran escasas o inexistentes. Esta herramienta permitía a los jueces interpretar la realidad social y dotar de sentido a situaciones complejas. Durante la Edad Media, los tribunales eclesiásticos también recurrían a principios derivados de la experiencia para resolver controversias no contempladas en los textos sagrados o en el derecho canónico.
En épocas más recientes, el filósofo alemán Arthur Schopenhauer (1788-1860) resaltó la relevancia de estas máximas en la vida cotidiana. En su obra Parerga y Paralipómena (1851), Schopenhauer explicó cómo estas observaciones prácticas forman parte del bagaje intelectual humano, proporcionando una herramienta invaluable para comprender el comportamiento de las personas. Así, las “máximas de la experiencia” se entienden como principios o ideas que derivan de la observación repetida de situaciones comunes. Son normas empíricas que el ser humano ha internalizado a lo largo del tiempo a partir de su interacción con la realidad; y que, ahora, percibe como verdades evidentes.
En la jurisprudencia, estas máximas permiten a los jueces interpretar los hechos de un caso y emitir juicios razonables en ausencia de pruebas directas o concluyentes. En todo el mundo, las máximas de la experiencia son utilizadas por los jueces como una herramienta esencial para garantizar la equidad en casos donde las pruebas objetivas pueden no ser suficientes. A través de estas máximas, los jueces pueden comprender mejor el comportamiento humano en situaciones de riesgo, conflicto o incertidumbre, aportando una dosis de racionalidad y previsibilidad al sistema judicial.
En el contexto peruano, tanto la Constitución como los Códigos Procesales reconocen implícitamente el valor de las máximas de la experiencia, permitiendo al juez interpretar los hechos en base a los conocimientos que ha adquirido mediante la observación cotidiana de la realidad social. En este sentido, las máximas no son meras suposiciones; son herramientas poderosas para entender la conducta humana en situaciones complejas y asegurar una correcta administración de justicia.
El uso de las máximas de la experiencia exige una gran responsabilidad. Deben evitar confundirse con conceptos morales o subjetivos, sino que están sustentadas en experiencias comunes y concretas que les otorgan credibilidad. Su aplicación debe ser cuidadosa y precisa, guiada por esquemas argumentativos sólidos, y no confundirse con simples costumbres o tradiciones. Estas máximas nos recuerdan que el derecho no es una estructura aislada de la realidad humana, sino que está profundamente conectado con las dinámicas sociales y las lecciones acumuladas por las sociedades a lo largo del tiempo.
Como nos dio a entender el célebre escritor peruano José María Arguedas en El zorro de arriba y el zorro de abajo (1971): el conocimiento profundo del ser humano y sus circunstancias es el camino para la verdadera justicia.

*Abogado, docente universitario, consultor legal

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