La presentación del Señor
Queridos hermanos, este domingo nos encontramos ante la festividad de la Presentación del Señor. ¿Qué nos dice el profeta Malaquías en la primera lectura? “Mirad, yo envío a mi mensajero, para que prepare el camino ante mí. De pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis, el mensajero de la alianza que vosotros deseáis”. Esto es verdad, hermanos. Esta lectura hace referencia a Juan el Bautista, enviado por Dios para preparar el camino de Cristo. Se nos hace una pregunta: “¿Quién podrá resistir el día de su venida?, ¿quién quedará en pie cuando aparezca?”. Cristo viene a implantar la verdad en la tierra, porque el hombre vive engañado por el demonio. El demonio es quien divide, es el padre de la mentira y quien nos hace esclavo del pecado. El señor nos trae la verdad, para limpiar y liberarte de tus pecados. Esta es la misión de Jesús en la tierra, liberarte de la esclavitud.
Respondemos a esta lectura, entonando el Salmo 23: “¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas. ¿Quién es ese Rey de la gloria? El Señor, héroe valeroso”. Este canto nos invita a abrir las puertas de nuestro corazón pues están cerradas a Dios, cerrados al prójimo; estamos acostumbrados a instrumentalizar a los demás para lograr nuestros cometidos. Pero, Dios viene en nuestro auxilio, viene a anunciarte la Buena Noticia, para que puedas amar con autenticidad.
La segunda lectura de la carta a los Hebreos, da en el punto de lo que es la antropología cristiana: “De nuestra carne y sangre participó también Jesús; así, muriendo, aniquiló al que tenía el poder de la muerte, es decir, al diablo, y liberó a todos los que por miedo a la muerte pasaban la vida entera como esclavos”. Es esta la verdadera antropología de los cristianos: ¿Cuál es la misión de Jesús? Aniquilar el poder de la muerte, es decir, al diablo quien nos invita a mentir y vivir en hipocresía. Dios ofrece la vida eterna a nosotros, esclavos y engañados por el demonio. Esta es la misión de la Iglesia y de Jesús, es para eso que se hace hombre, con la finalidad de mostrarnos un hombre nuevo que nos anuncia el Sermón de la montaña.
El evangelio de san Lucas nos dice: “Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor. Y para ofrecer la oblación entregaron un par de pichones. Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador”. Hermanos, este Salvador habita en la tierra pero no lo vemos, estamos cegados por el dinero, el poder, nuestras mentiras, nuestra formas de pensar. Veamos que el demonio aparece con la corrupción, cuando el hombre se corrompe.
Esta palabra nos muestra también la imagen de Ana, una profetiza, desde donde están representadas todas las mujeres de la tierra, y no es contraposición con la imagen del hombre sino una complementariedad que lleva a la perfección de la unión del hombre y la mujer. “Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén”. Es muy importante, notar la espera de Simeón y Ana, un hombre y una mujer que aguardan la llegada del Mesías porque se les ha hecho una promesa. El evangelio termina de esta forma: “El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba”. Así inicia la vida de Jesús, el Mesías, que viene al mundo a salvar la vida del hombre. Les pido que recen por mí y que Dios habite en medio de ustedes. La bendición de Dios Todopoderoso esté con sus familias.