La precarización de la democracia
La teoría constitucional y política nos presenta a la democracia como la forma de gobierno idónea en la que prevalece el imperio de la ley y el respeto de los derechos fundamentales, el régimen provisto de institucionalidad, donde la alternancia del poder y el check and balance son fundamentos que garantizan un Estado más orgánico e idóneo, a la altura de las demandas de la población. Sin embargo, la realidad nos muestra una democracia que, en la práctica, carece de tales virtudes, se presenta resquebrajada frente al deseo de grupos organizados prestos a pisotear derechos, y cuestionar atribuciones constitucionales bajo la careta de la defensa de los intereses y las necesidades de la nación.
En este punto, “lo democrático” se impone como la bandera de las denominadas facciones, las que se apropian del término “voluntad popular” para cuestionar, o en el peor de los casos, atropellar funciones y competencias estatales, para desconocer lo decidido por los altos tribunales, justificándose en la necesidad urgente de cambiar las estructuras de poder creando situaciones especiales en los que la Constitución y la ley se ven sobrepasadas por decisiones emanadas de órganos sin competencia y sin jurisdicción, forzando lo ya establecido.
Estas facciones, en la línea de lo dicho por Madison, no deben entenderse como grupos mayoritarios o minoritarios, sino como aquellos movidos por sus propios intereses, los mismos que prevalecen frente a los intereses de la comunidad. Entonces, ¿cómo hacer para conciliar los intereses de las facciones con el interés común? En este intento, se pierde fuerza y motivación en el camino, pues tal empresa resulta imposible de alcanzar cuando las estructuras de poder que sostienen a un gobierno son débiles y las políticas no resultan empáticas con la diversidad de las problemáticas sociales.
Hoy en día, ya no se promueve espacios para el debate de las ideas, no se aprecian la confrontación constructiva de las ideologías políticas, se privilegia la confrontación visceral, los fake news, la crítica intolerante que tiene como objetivo socavar instituciones. Ya no se fortalecen partidos políticos, se apuesta más bien por la fragmentación del voto ante la proliferación de una variada oferta electoral sin tradición política.
Los jóvenes hacen sentir su voz en las redes sociales y en las calles, pero muy pocos se atreven a ser parte del cambio participando activamente en política. La reflexión consciente dejó de ser parte del ejercicio del derecho al voto. Reclamamos mejores autoridades, pero no queremos ser parte del proceso.
Pedimos cambios, reformas, más derechos y ni siquiera hemos leído nuestra Constitución. ¿Acaso somos conscientes de que en cada autoridad se ve reflejada la calidad de nuestro voto? Hagamos el ejercicio de reflexionar sobre cuánto hacemos desde nuestros espacios para fortalecer la democracia.
Porque el reto de lograr una democracia donde impere el Estado de derecho con plena participación ciudadana e instituciones sólidas, es parte de nuestro rol ciudadano.
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