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La política internacional depende de lo económico

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Fecha Publicación: 18/08/2024 - 21:50
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El factor ideológico, como instrumento motivacional que inspira el comportamiento de las autoridades que dirigen la administración de todos los países, en alguna medida, juega un papel importante en los resultados de la gestión, dando lugar a que se institucionalicen determinadas formas de gobierno. En ese sentido, dependerá del nivel o grado de satisfacción que tengan los pueblos que administran dichas autoridades para conservar o mantenerse en el control del poder político.

De acuerdo con ello, el nivel de atención gubernamental que se otorgue a los problemas más angustiantes de los pueblos será el termómetro que mida el grado de legitimidad de sus autoridades. Pero, lo que a veces no nos detenemos a considerar es que la política, “como forma de hacer” y no únicamente como “manifestación del poder”, requiere de recursos fundamentalmente económicos que permitan instrumentalizar el accionar del Estado, con miras a alcanzar el ansiado bien común.

Y, si nos referimos a países que, a pesar de contar con recursos naturales que su territorio les ofrece, en niveles que inclusive les permitan abastecer no solo su mercado interno sino también el externo, cuando esos recursos no son bien administrados, se termina por crear un desánimo y desilusión poblacional, generando una inestabilidad política que confirma, una vez más, que la política depende de lo económico.

Es a partir de esa realidad que los países presentan la forma en que se conducen otros Estados que, en alguna medida, dependen de los primeros por los recursos naturales que adquieren de ellos y que les permiten atender los requerimientos internos de sus comunidades. En consecuencia, las relaciones interestatales estarán reguladas por los intereses económicos de los que tienen mayor capacidad de controlar su manejo.

Es así como se puede encontrar una explicación de por qué existe una marcada predisposición de las grandes potencias estatales, cuando conducen u orientan su accionar, argumentando el factor ideológico, para justificar la manera de conducirse en el ámbito de la sociedad internacional. Pues, el juego de los intereses económicos no se queda en el nivel estatal, sino que se extiende al interés de algunos sectores sociales en lo interno, que son los que procuran proteger sus aspiraciones personales, dando lugar a que los ánimos de inconformidad que presentan los pueblos sean el mejor “caldo de cultivo” para fundamentar, inclusive, la intervención de organismos internacionales y/o de los países que los controlan.

Esta es la explicación que nos permite deducir que una manera de someter a un país a las aspiraciones e intereses de otro (llámese una gran potencia económica) es provocar que las autoridades gubernamentales del primero tengan serios problemas en su trabajo de administración de la cosa pública, generando descontento o insatisfacción en su población. Para ello, se usan mecanismos que dificulten o compliquen la obtención de recursos que permitan a los gobernantes atender las demandas sociales.

Pero el extremo es cuando los instrumentos de presión se derivan de conflictos bélicos entre dos o más Estados; situación en la cual, nuevamente, en atención al grado de interés económico que tengan los países desarrollados, intervendrán en procura de satisfacer aspiraciones particulares o de grupo. En ese sentido, en el análisis no deja de ser cierto que diferentes intereses tienen que integrarse para satisfacer intereses particulares. Pues, el fabricante de armamentos puede ganar más si se incrementa la fabricación de instrumentos bélicos (primer interesado); pero, para hacer realidad esa posibilidad, es la clase militar la que exige la mejora o renovación de sus equipos bélicos (segundo interesado); y luego, para que esa aspiración se efectivice, se necesita la intervención de la autoridad política (tercer interesado) para que tome la decisión de ser partícipe de un conflicto armado.

Allí está la razón de por qué los países altamente desarrollados tienen interés en participar en los vaivenes de la política interna de algunos Estados, bajo el pretexto de que hay que cuidar y preservar el funcionamiento del sistema democrático, sin tomar en cuenta la aspiración de las personas, como fin supremo de las sociedades y de los Estados.

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