La poesía del desierto
Fue un complemento indispensable de sus vidas, una forma comunitaria para convivir con los rigores del desierto. Sentados alrededor del fuego en los largos crepúsculos, los beduinos cantaban al amor, a la concordia, al valor y a las pequeñas y grandes aventuras de su peregrinaje por la infinita arena.
La poesía beduina no fue un género literario sino una forma, la más hermosa y sentida, del lenguaje cotidiano. Los pastores y camelleros, sus mujeres y sus familias, recitaban para no olvidar, para fijar en su imaginario colectivo las palabras y las imágenes de su realidad y de sus sueños. Crearon así una tradición oral que se transmitía de boca en boca y que fue recogida más tarde por los rapsodas que la preservaron del olvido.
El hombre pobre y rústico que recorría el desierto por las rutas que hoy cruzan los Emiratos Árabes Unidos y Omán, incorporó a su diario quehacer la magia de la poesía. No sólo le servía para contar historias y vivencias del diario vivir, sino para llamar a los jinetes de los camellos e, incluso, para acompasar la marcha de los nobles animales al ritmo de los cantos. Cuando la comunidad errante descansaba, un grupo de camelleros preguntaba y el otro respondía. En ese ir y venir de palabras y de cantos, la poesía latía en el corazón del lenguaje proyectándolo no sólo como una herramienta ancestral de comunicación sino como un alma que le transmitía su carácter de eternidad.
Los poetas árabes posteriores están emparentados con los beduinos que tenían la poesía como parte indesligable de sus vidas. Los viajes del desierto con sus cacerías y su paisaje inmóvil, sus animales como los camellos, los caballos, las avestruces y los onagros, fueron el tema fundamental de la poesía que andando los tiempos y las distancias, constituirían la víspera del poema de los poemas de esa civilización ejemplar: El Corán, el Libro de Dios.
El desierto no es únicamente el laberinto sin puertas ni ventanas. Para muchos es el sinónimo de la nada, de la desesperanza y del vacío. El gran Haruki Murakami dice, por eso: “Hay muchas maneras de vivir. Hay muchas maneras de morir. Pero eso no tiene ninguna importancia. Al final sólo queda el desierto”. Pero en ese desierto, los beduinos hicieron poesía y dieron a sus vidas una magia y un cielo que sólo la poesía posee. Seguramente fueron pobres e ignorantes, pero conocieron la felicidad de las hogueras compartidas y la otra, la más ardua, la del fuego vital que sólo se consume con el fuego. ”En ciertos oasis –dice Benedetti– el desierto es sólo un espejismo”.
Jorge.alania@gmail.com
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