¡La pinta es lo de menos!
Escribo este artículo cuando se anuncia la designación como presidente del Consejo de Ministros (PCM) al abogado y artista escénico Salvador del Solar. No tendría nada de especial esta opción, más allá de las razones que anotaré a continuación.
De acuerdo a la vigente Constitución Política, la de 1993 - la que el Fujimorismo legó al país y ya cumplió veinticinco años de ininterrumpida aplicación -, artículos 119° a 129°, el PCM puede ser un ministro sin cartera, le corresponde coordinar el trabajo de los demás ministros y es el portavoz del gobierno después del presidente de la República, quien a propuesta y con acuerdo del PCM nombra y remueve a los demás ministros.
El nuevo PCM y los ministros que integren su gabinete, deberán presentarse ante el Congreso, dentro de los treinta días de asumidas sus funciones, “para exponer y debatir la política general del gobierno y las principales medidas que requiere su gestión”. Luego de ello deberán solicitar, y obtener, el voto de confianza o de investidura.
Hasta aquí no habría nada extraordinario si no fuera que el artista escénico Del Solar ya asumió – de diciembre de 2016 a diciembre de 2017 – el cargo de ministro, nada menos que de Cultura y su paso fue con más pena que gloria. La penas vinculadas, resumidamente, a su omisión a defender por igual a quienes eran objeto de discriminación racial, social o política y el gasto de importantes fondos públicos en apoyo a operadores nada representativos del quehacer cultural del país, salvo serle afines social e ideológicamente al ministro.
Qué duda cabe que esta designación es herencia del innecesario viaje presidencial (pudo enviar una comitiva) a Portugal y España y de lo que en el fondo fue la razón subyacente: reunirse, y en la cancha de él, con quien hasta hoy es infaltable referente y garante de cuanto mandatario ineficiente y presuntamente corrupto haya desfilado en las dos últimas décadas en el Perú, limitaré mi cita a Toledo, los Humala-Heredia y PPK.
El Pantaleón de la representación cinematográfica cumbre del gran odiador del Perú, es buen alfil y además, por pintoso, un gran jale para la distracción en esa “civilización del espectáculo” que el escribidor dice despreciar pero en la que ha buscado estar metido de pico y patas, traición familiar de por medio, y en que apuesta siga sumiéndose nuestro país.
Estemos muy atentos, la pinta es lo de menos, más importante es el peligro de perversión del futuro del Perú por desgobierno y corrupción!