La piedra y la arena
Francisco Pérez, prelado de Pamplona, señala en uno de sus textos: «las personas no quieren ataduras ni en el amor ni en el trabajo. Se construye la vida sobre arena movediza y no sobre roca fuerte. Edificar sobre roca o edificar sobre arena, esta es la cuestión». Sus palabras, sin duda, refieren a un concepto que el gran sociólogo Zygmunt Bauman ha acuñado: la sociedad “líquida “o el “amor líquido” para definir este momento de la historia en el que lo sólido, por ejemplo, el trabajo y el matrimonio para “toda la vida” han cedido su lugar a uno mucho más precario en el que estas realidades se han desvanecido. Nada de piedra o roca sino agua, riachuelo, pantano, arena. Requerimos como nunca antes, la novedad, lo efímero, lo pasajero pero consolador, suficiente para seguir viviendo y consumiendo un poco más y más… en el fondo, lo fatuo.
Cristo le dijo a Pedro: “Yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella”. Mi iglesia, es decir, mi obra, mi legado, el mundo en el que debéis ser justos y felices. Y la referencia a la piedra como símbolo de solidez, de permanencia, de fijeza en una realidad en la cual pocas cosas lo son pero lo son, porque sin esa solidez el derrumbe es inevitable.
La roca y la arena parecen contrapuestos en estas afirmaciones y en verdad lo son, pero es la actitud humana la que puede desaparecer, sí desaparecer el contraste y hallar una manera de vivir en lo sólido pero no desdeñar la precariedad y la liquidez que tiene toda vida, todo momento, toda gesta en la historia y en el ser humano. Esa actitud, creo que se funda en la ética del deber y nadie como Borges , un fervoroso creyente en ella, para plasmarla en palabras, en un genuino código moral que él titula: Fragmentos de un evangelio apócrifo , que no es un código ni un evangelio, sino un poema, en uno de cuyos versos dice: “Nada se edifica sobre la piedra, todo sobre la arena, pero nuestro deber es edificar como si fuera piedra la arena.”
¿Quién no puede dar fe de que nada se construye sobre piedra?
¿Cuántos, felices, pueden confesar con esperanza, que han construido sobre arena pero que al hacerlo no les importó qué tan dura pareciera la piedra ni que tan feble pareciera la arena, sino que construyeron porque era su deber construir y la vida, la dura vida, les deparó una satisfacción inexhaustible?
Borges, que no era creyente, escribió en ese mismo Evangelio apócrifo: “Nadie es la sal de la tierra; nadie, en algún momento de su vida, no lo es.” Y también: “Que la luz de tu lámpara se encienda aunque nadie la vea, Dios la verá.”
Jorge.alania@gmail.com
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