La personalidad celosa
Las personas con personalidad celosa, por lo general, desde la infancia se han sentido solas, con falta de cariño, inseguras, desconfiadas, con pocas amistades, posesivas, con baja autoestima. Se sienten rechazadas, dudan de todo, piensan mal incluso de la madre o de las hermanas. Tienen dificultades de adaptación y, de forma constante, buscan una pareja cariñosa, tierna, tolerante y comprensiva, que actúe como madre, esposa, compañera y amiga. Si encuentran a alguien así, se sienten compensadas. Sin embargo, ante cualquier actitud sospechosa —creada por su mente o malentendida— se instala la duda, desarrollando una personalidad obsesiva. Este rasgo es difícil de cambiar, pero no imposible.
Es fundamental llevar las dudas al terreno de la realidad, confrontarlas y remitirlas al origen del conflicto. De lo contrario, el paciente no mejora y, con el tiempo, puede desarrollar conductas violentas, incluso llegar a convertirse en un asesino, como veremos más adelante. Por lo general, estas personas no son felices; les cuesta confiar. La desconfianza es un rasgo persistente, pero con amor, cariño y ternura se pueden lograr avances, incluso mantener una relación estable. Aun así, muchas de estas relaciones terminan en divorcio o separación. En algunos casos, se retoman, porque detrás de los defectos persiste el amor.
El primer caso que comentaré es el de un hombre que, desde niño, vivió con una madre poco cariñosa con el padre. Sin embargo, cuando se trataba del párroco de la iglesia, ella era la primera en acercarse. El esposo lo veía de otra forma, pero el niño, hoy adulto, percibía una actitud diferente hacia el cura, lo que lo llevó a sentir que su madre era infiel. Ella era extremadamente recatada, tenía santos en toda la casa y usaba la religión como una cortina para aparentar moralidad.
En una ocasión, la madre había pasado toda la mañana en la iglesia. Al regresar, fue al baño y, al salir, el niño fue a revisar el inodoro y notó que el agua no era clara, sino viscosa, asociándolo con semen. Este pensamiento lo trabajó más adelante en psicoterapia. Otro recuerdo: cuando su madre estaba hospitalizada, hablaba con su comadre Nelly sobre cómo habría cambiado su vida si hubiera ido a España. El niño relacionó esto con el cura español, pues no había otra figura con la que lo asociara. También recuerda haber abierto la puerta del dormitorio y ver a su madre arreglándose frente al espejo junto a un amigo de la familia. Su padre no estaba en casa. Aquello instaló nuevamente la duda de infidelidad. Así creció, trabajó sus celos y hoy, con su pareja, ha logrado manejar su inseguridad.
El segundo caso es el de un joven deportista que había quedado en recibir el Año Nuevo en Lima con su novia. Sin embargo, él regresó antes y le pidió que no fuera a la playa ni se reuniera con nadie. A pesar de ello, ella fue con sus amistades. Al verla bronceada, comenzaron las dudas. En medio del consumo de alcohol y drogas, la acusó de haber tenido relaciones con otros. Ella lo negó, pero la obsesión lo dominó. La golpeó hasta matarla y se entregó al día siguiente. Alegó que su madre nunca le dio amor, y que creció sin afecto ni modelos positivos. Este caso demuestra que la personalidad celosa nace en el hogar y debe trabajarse desde la infancia para evitar consecuencias trágicas.
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