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«La paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo»

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Fecha Publicación: 18/05/2024 - 20:10
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Queridos hermanos, estamos ante el domingo de Pentecostés. ¿Qué es Pentecostés? Lo dice muy bien el prefacio: es la plenitud del misterio pascual. Para eso, Dios, el Padre, envió el Espíritu Santo, una persona viviente que tiene poder. Todo aquel que invoque al Espíritu Santo, invocando su nombre y su poder, se salvará. Es el alma de la Iglesia naciente, como dice el prefacio, y a los que el pecado había dividido en diversidad de lenguas, creó la comunión y restauró la unidad.

Fijaos, éramos Babel. En Babel quisimos construir una torre que llegara al cielo, buscando independencia y mostrando soberbia ante Dios. ¿Qué es lo que está pasando hoy? Hemos eliminado a Dios, creando nuestro propio Babel.

La primera lectura de los Hechos de los Apóstoles dice que los doce estaban juntos el día de Pentecostés. De repente, entró un ruido del cielo, un viento recio resonó en toda la casa donde se encontraban y aparecieron unas lenguas como llamaradas que se posaron sobre cada uno de ellos. Se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas. ¿Cuál es esta lengua? Es una: el amor.

Recuerdo haber estado en el Cenáculo, el lugar donde Jesús celebró la Eucaristía, y es impresionante, hermanos, sentir cómo el Espíritu Santo nos arranca el miedo que tenemos a la muerte. Cada uno empezó a oír hablar en su propia lengua, la lengua del amor, es decir, escucharon las maravillas de Dios en su propia lengua, como termina diciendo el libro de los Hechos de los Apóstoles.

Por eso respondemos con el Salmo 103: “Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra”. Hoy más que nunca necesitamos este Espíritu entre tanta guerra y división que tenemos. La segunda palabra es de San Pablo a los Corintios: “Nadie puede decir ‘Jesús es el Señor’ sino bajo la acción del Espíritu Santo”. Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu. Si el Espíritu del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo se hace presente, se manifiesta para el bien común. Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, formando un solo cuerpo, el pueblo de Dios.
Respondemos con esta secuencia del Espíritu Santo: “Ven, Espíritu Santo, manda tu luz desde el cielo. Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo. Entra hasta el fondo del alma y llena el vacío del hombre”. Sin el Espíritu Santo, el hombre es un hueso seco, como diría el profeta Ezequiel. Riega la tierra en sequía, reparte los siete dones según la fe de tus siervos. Estamos recogiendo los frutos de la Pascua, la plenitud de la Pascua, que es el día de Pentecostés, cincuenta días donde viene el Señor cargado de frutos para darnos su Espíritu.

El Evangelio de San Juan dice que los apóstoles estaban con las puertas cerradas del cenáculo por miedo a los judíos. Yo he experimentado esto al celebrar ahí Pentecostés. Era la primera vez en siglos que se celebraba sin miedo a ser apaleados. Jesús se presentó entre ellos y les dio las garantías de su resurrección, mostrándoles sus manos y su costado. Él clamó a su Padre con todas sus fuerzas, con todo su corazón, y nos dijo: “La paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Aquí nos envía el Señor a predicar el Evangelio. Por eso miles de cristianos están predicando estos días que Jesucristo es el Señor, que tiene poder sobre toda esclavitud, dominación, droga, mentira, hipocresía y violencia.

Jesús dijo: “Recibid el Espíritu Santo”. Sopló su aliento sobre ellos y les dio el poder de perdonar los pecados: “A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”. Hermanos, este es el Espíritu que nos capacita para perdonar y ser misericordiosos, como Él lo fue por nosotros, clavado en la cruz.

Hermanos, os deseo a todos la plenitud de este Espíritu. Invoquemos su nombre, su poder, y veremos cómo el Señor nos da paz y alegría. Que la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros. Podéis ir en paz, perdonad los pecados, aleluya, aleluya, porque Jesucristo verdaderamente ha resucitado. Aleluya. Y recen por mí. Muchas gracias.

Mons. José Luis del Palacio
Obispo E. del Callao

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