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La participación cultural como nueva matriz productiva del Perú

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Fecha Publicación: 02/10/2025 - 22:20
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Durante décadas, hablar de cultura en el Perú ha sido casi sinónimo de referirse a la “alta cultura”: orquestas, museos, ballet, literatura canónica. Aunque estas expresiones tienen un valor incuestionable y deben seguir siendo promovidas, esa visión representa solo una fracción de lo que significa la cultura en el país real.
Pensar en cultura únicamente como arte culto o patrimonio monumental implica ignorar los espacios donde la ciudadanía crea, transmite y transforma su identidad día a día: festivales barriales, talleres de hip hop, ferias autogestionadas, centros culturales comunitarios, colectivos teatrales, editoriales independientes, entre otros. Esta otra cultura no pide permiso: brota desde abajo, se organiza con escasos recursos y sostiene una red de producción simbólica y económica que, pese a las adversidades, no deja de crecer.
Es allí donde deberían centrarse las políticas públicas si realmente queremos que la cultura sea un motor de desarrollo. En países como España, Corea del Sur, Francia o Estados Unidos, la cultura ya es política de Estado. Genera empleo directo e indirecto, dinamiza sectores como el turismo, la tecnología, la educación, la gastronomía y la economía digital. Además, promueve cohesión social, mejora la calidad de vida y fortalece la identidad local en un mundo globalizado.
En Francia, por ejemplo, las Industrias Culturales y Creativas (ICC) superan en valor económico a sectores como el automotriz o el del lujo. En Corea del Sur, el K-pop y otras industrias creativas aportan significativamente al PBI. Estados Unidos, por su parte, produce cine, tecnología y videojuegos que generan millones de empleos y posicionamiento internacional.
Sin embargo, en el Perú seguimos mirando hacia el subsuelo. Nuestra matriz productiva ha estado históricamente anclada al extractivismo. Aunque los recursos naturales seguirán siendo relevantes, también tienen límites: no generan empleo masivo ni diversifican la economía. Frente a ello, urge apostar por sectores con potencial de crecimiento, inclusión y sostenibilidad, como las industrias culturales.
La cultura, gestionada con visión, puede convertirse en un eje clave de una economía más competitiva. Pero no se logra desde el escritorio ni mediante subsidios puntuales. Se logra fortaleciendo los espacios de participación que ya existen: bibliotecas populares, colectivos editoriales, salas teatrales independientes, cine comunitario, plataformas digitales descentralizadas.
No se trata de “dar” participación cultural, sino de garantizarla como derecho y promoverla como actividad productiva. Se requieren herramientas de visibilización, formación, asesoría legal, evaluación de impacto, incentivos a la inversión privada y articulación con otras políticas públicas.
No hay desarrollo sin democracia, ni democracia plena sin cultura. Donde hay participación cultural sostenida, hay ciudadanía activa. Donde se impulsa la creación, hay empleo. Necesitamos un pacto cultural que reconozca esta diversidad y la convierta en política pública. El Perú no puede seguir desperdiciando su talento creativo. Es hora de gobernar la cultura con visión y compromiso.

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