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La OEA, ¿un cadáver insepulto?

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Fecha Publicación: 04/07/2025 - 22:29
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Christopher Landau, vicesecretario de Estado norteamericano, manifestó en la 55.ª Asamblea General de la OEA, realizada en Antigua y Barbuda, que Washington considera abandonar el organismo hemisférico por “su incapacidad para abordar temas sustantivos como las crisis en Venezuela y Haití”.
Lo dicho por el diplomático estadounidense tiene sustento político y moral, considerando que la OEA no ha convocado una sola reunión para examinar la dramática situación del pueblo llanero, víctima de una brutal y corrupta dictadura que asesina, encarcela, secuestra y tortura impunemente a miles de personas y ha empujado al exilio a más de ocho millones de seres humanos.
Más aún, el chavismo perdió abrumadoramente la elección presidencial del 2024, pero continuará en el poder seis años más, hasta el 2030, sostenido por las Fuerzas Armadas, por los “colectivos chavistas”, integrados por grupos armados de mercenarios, y por el temido Servicio de Inteligencia Bolivariano.
Luego del comicio presidencial, muchas voces demandaron que la OEA realizara una reunión extraordinaria para examinar ese grotesco megafraude y escuchar a los líderes de oposición, entre otros, al ganador de los comicios, embajador Edmundo González, que obtuvo el 70 % de los votos y que sobrevive autoexiliado en España, y a la lideresa socialdemócrata María Corina Machado, en la clandestinidad para evitar que la arresten.
Nos preguntamos: ¿por qué la OEA mantiene un vergonzoso y cómplice silencio ante esa gravísima situación, mientras consume un presupuesto anual de más de 100 millones de dólares y cuenta con oficinas en todos los países de la región, con centenares de empleados?
¿Por qué, asimismo, el organismo regional ignora la dramática situación de Haití, uno de los países más pobres del mundo, asolado por catástrofes naturales y por pandillas criminales que controlan el 60 % del territorio y son causantes de unos 20 mil asesinatos, incluyendo al presidente de la República, Jovenel Moïse, ultimado en 2021 en su domicilio por una banda de sicarios colombianos?
¿Por qué la OEA no ventila los actos de barbarie de la satrapía nicaragüense, conformada por el mefistofélico matrimonio de los copresidentes Daniel Ortega–Celia Murillo, que encarcelan sacerdotes, confiscan monasterios y medios de prensa, y han empujado al exilio a 700 mil personas?
¿Por qué la OEA no dice una palabra ante el hecho de que Cuba, Venezuela, Nicaragua y Bolivia suscribieron alianzas militares con potencias extracontinentales como Irán, Rusia y China, al mismo tiempo que apoyan abiertamente a las bandas terroristas de Hezbolá y Hamás?
Más aún, la OEA calla ante el anuncio ruso de instalar en Venezuela una fábrica para producir 70 millones de cartuchos anuales para fusiles Kaláshnikov.
En conclusión, si la OEA no reacciona ante el ukase estadounidense —que financia cerca del 60 % del presupuesto, entre cuotas ordinarias y aportes extraordinarios, además de facilitar su histórico local ubicado en la avenida Constitución, muy cerca de la Casa Blanca—, la institución puede llegar a su final.
Para ello, bastaría que el gobierno de Trump recorte o suspenda sus aportes; de hacerlo, la OEA quebraría.
La única solución para evitar cerrar sus puertas es que la institución cambie de rumbo; es decir, que cumpla con resguardar la democracia, la libertad y los derechos humanos en las naciones que forman parte del sistema regional.
Ya no es tiempo de trapacerías políticas ni de gatuperios diplomáticos.
Es preferible, sin duda, enterrar lo que hoy es un cadáver insepulto que mantenerlo embalsamado.

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