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La obsesión Z

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Fecha Publicación: 04/10/2025 - 22:40
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Al margen de las diferencias ideológicas y marcados por el agobio de la dictadura militar que nos gobernaba en ese entonces, perforando el conjunto de las máximas aspiraciones sociales y democráticas, mi generación salió a las calles e hizo sentir el peso de su protesta. Universitarios o no, abrazábamos los cánticos de habla hispana que nos identificaran sin banderas políticas.
Recuerdo a Mercedes Sosa popularizando el casi himno “Me gustan los estudiantes” de Violeta Parra, haciéndonos sentir de verdad que éramos jardín de la alegría, aves que no se asustan de animal, policía, las balas ni el ladrar de la jauría. Era respirable la atmósfera común de ponerle fin primero al régimen imperante y la Asamblea Constituyente de 1978 constituyó ese primer paso de una conquista libertaria que luego proseguiría con muchos interregnos de violencia, crisis, otro esquema autoritario y una acelerada desinstitucionalización del aparato estatal.
Desde esos días tengo como principio respetar toda expresión callejera que plasme una voz colectiva de inconformidad, reclamo y hasta enojo, dentro de los límites en los cuales una movilización popular merezca respeto por su volumen y no por la acción destructora de bienes públicos o privados. Y más aún si el protagonismo lo asumen jóvenes que —al decir de Rousseau— conservan la pureza natal de ser buenos y no han sido alcanzados por el brazo corruptible de la sociedad.
Las recientes manifestaciones convocadas por la llamada Generación Z tienen el rango de una justa y necesaria explosión de ira contra el gobierno de Dina Boluarte. Justa porque ante sus narices hay un tráfago en el poder con matices de favoritismos, triquiñuelas e impunidad insoportables. Y necesaria porque la misma presidenta Boluarte (cada vez más disparatada en los discursos que pronuncia) desafió la paciencia ciudadana vanagloriándose hace tres semanas de que los peruanos habían “aprendido” a no marchar.
Ganas de marchar y protestar no faltan. Sí ocurre que las movilizaciones carecen de un liderazgo concentrado y hay más de 100 agendas diferenciadas, sobre todo en el ámbito político donde la definición de la administración Boluarte suscita polémicas extensas. Lo demuestra un muy buen debate moderado por Mayra Álvarez en el canal de cable Nativa entre los jóvenes promotores de tales marchas, Piero Mandros y Yackov Solano, derecha e izquierda, donde hubo argumentos atendibles para todos los gustos.
Pero la emergencia del protagonismo juvenil en plena etapa electoral ha desnaturalizado el enfoque acerca de sus dimensiones y preferencias. Hoy todos los candidatos y muchos analistas empaquetan a esos dos millones y medio de nuevos votantes ensayando fórmulas (a mi juicio, muy inmediatistas y prematuras) para conquistarlos. La atención a la Generación Z se ha convertido en una obsesión cuyo norte es manipularla de manera implícita o, para los menos, desacreditarla y asignarle propósitos marxistas subversivos.
Sigamos su conducta con algo de paciencia y ojo menos aprensivo. La generación Z solo tiene de grupo la condición etaria y no otras identidades.

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