La noche
Es producto de un ciclo astronómico y, por lo mismo, alude a lo desconocido. También es una foto con el sol de espaldas o una película que se acaba de velar. Es el medio de un túnel, su silencio, su soledad, su pausa. Goethe dijo de ella que es la mitad de la vida y la mejor mitad. Todos, de alguna u otra manera, hemos sido testigos de su magia y de cómo en su curso es más honda la conexión con nuestro propio mundo interior.
Es una comarca desolada en la que, extrañamente, deambulan miles de habitantes. Es el caballo de madera ingresando en Troya. Es la estrella que se ve, no las que existen. Es la patria de Érebo y Éter. Es la famosa frase: post tenebris spero lucem, del libro de Job que cualquiera de nosotros ha hecho suya en algún momento de su existencia. Es la larga vigilia del Shabat y para los cabalistas, el lugar en donde la luz se esconde.
Es una de las primeras diosas de la humanidad, la sombra que desde el tiempo primordial nos aterra y nos deslumbra. Es la diosa Nyx y es, además, ilustrativo que según la mitología griega, en el principio sólo existía el Caos -antes del Big Bang de la física cuántica- pero después de su estallido inabarcable, surgieron distintas deidades -como los agujeros negros y las primeras estrellas- que se llamaron Gea, Tártaro, Érebo, Eros.
Luego Nyx, por sus ancestros del cielo y del cielo de los cielos, concibió a Tánatos e Hipnos, dioses de la muerte y del sueño; a Némesis, diosa de la venganza; a Eris, diosa de la discordia; a Moros, dios del destino; a los Oniros, semidioses de los sueños; a las Hespérides, ninfas del atardecer; a Eziz, dios del dolor, y a Ker, diosa de la perdición.
Es la hora del oficio nocturno en los monasterios. Y la hora en la que en los regímenes infames los torturadores bajan a los sotanos de las prisiones. Es la calle sin luminarias en la que una mujer acelera el paso o una carretera perdida de América en la que Debanhi Escobar Basaldua la miró pasar por última vez.
Es la de cada quien, su hora profunda. Es, en mi caso, la del 12 de julio de 1984 que, de alguna manera, dura hasta hoy. Es el sueño reparador y las pescadillas recurrentes. Es la mitología personal que guarda el panteón privado de mis ilusiones. Es la mano de la mujer de toda mi vida que ojalá estreche la mía en el momento irrepetible.
Es el poema inagotable de Borges: “Dicen los árabes que nadie puede/ leer hasta el fin el libro de las noches/ Las noches son el tiempo, el que no duerme/Sigue leyendo mientras muere el día/y Shahrazad te contará tu historia.”
Jorge.alania@gmail.com
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