La música y la brújula
En 1966, The Mamas & The Papas lanzó el súper hit llamado «Californian dreamin». Un clásico, tal vez algo ingenua; pero al final de las cuentas, una canción que me hace feliz. Qué origina esta sensación, no es algo que tenga claro. Podría relacionarse con algún evento de mi niñez o con una película que vi de adolescente; lo que sé es que me hace feliz cada vez que la escucho. Vicentico, en cambio, es un enigma de estímulos. El cover «No te apartes de mí» me llena de nostalgia, de una serie de sensaciones sobre cosas que han pasado o quisiera que pasen. Poco más o menos es lo mismo con «Algo contigo». Su ritmo latino ofrece una alegría aparente; en realidad, estimula ese tipo de tristeza reflexiva que, en vez de hundirnos en el silencio o la cabeza baja, nos invita a esa pequeña euforia de los amigos confesando penas y luchando por pensar que mañana será mejor, con vasos vacíos y abrazos finales. Gustavo Cerati, músico que he admirado durante años, es uno de los ejemplos de composiciones perfectas para la discusión. Lejos de lugares comunes, el músico argentino no solo elude la repetición en su estilo musical, sino que la discusión por la interpretación más precisa de su lírica puede ser apasionante. «Verbo carne», que funciona tan bien en su versión original como en el sinfónico, pareciera ser una pieza críptica, descreída, algo siniestra; cuyo mensaje encierra —sospechamos— la falta de fe, la desesperanza en la soledad de una noche inquietante. La música es el contexto para la acción. Tiene el poder de cambiar el estado de ánimo, de enfrentar la realidad y silenciarla; de poseer —cual demonio— el corazón del que la escucha y analiza, de acompañarnos cuando el amor llega o se va, quiero decir, así como nos entusiasma para vivir puede ser implacable para entristecer, por lo que, en este último caso, sugiero prestar mayor atención, pues al enemigo se le debe tener bien estudiado.