La música de Nietzsche
En la platea, un hombre con la mirada perdida y el cabello revuelto, escucha Carmen, de Bizet. Pocos saben que está perdiendo la razón. Algunos lo reconocen por el grueso bigote, es Friederic Nietzsche, el gran filósofo alemán. Es la quinta vez que viene acompañado por una mujer que ha de ser su hermana por la ternura con que lo mira. Está aquí porque ha escrito que Bizet es siempre una curación y él está enfermo de muchas cosas Y porque cree profundamente que sin la música la vida es un error, una fatiga, un exilio.
Schopenhauer, su maestro e inspirador, había afirmado que la música levantaba el velo de las apariencias y expresaba la íntima esencia del mundo, “En efecto- escribió- la música es una objetivación tan inmediata de toda la voluntad, como el mundo, como las ideas mismas... La música es más poderosa y penetrante que las otras artes; éstas no expresan más que la sombra... debo recordar que la música... jamás expresa el fenómeno, sino la esencia íntima, la raíz en sí del fenómeno, la voluntad misma.”
Martha Gonzales, primera bailarina de ballet en Nueva York, enferma de Alzheimer, escucha El Lago de los Cisnes de Tchaikovski y recuerda y alza los brazos y sigue el ritmo de la pieza. Nietzsche, loco y sentado frente al piano que aún podía tocar, recuerda y le dice a su hermana Lisbeth que llora al ver al querido Friedrich tan concentrado, pero al mismo tiempo tan ido: No llores, no somos, acaso, tan felices…Cuando todo ya está en el olvido, la música está en la memoria. No sólo Bizet sino también Tchaikovski, Beethoven… y la música folklórica y diversa de todos los países del mundo, alivian el dolor inefable del alma y exaltan a las personas recordándoles sus más entrañables apetencias.
Atrás quedó el caballo herido al que consoló, abrazándolo, en una de las calles de Turín, hecho que marcó el inicio de su precipitación a la locura. Ahora, el gran pensador y el mediocre compositor aficionado, está solo con su sífilis y su memoria casi desierta, tratando de juntar los trozos de sus pensamientos magistrales y las notas desperdigadas de las óperas y sinfonías que lo acompañaron en sus júbilos. Sólo le queda la música para que su vida no sea un error, para que su cansancio no lo postre y para que su exilio no se confunda irremisiblemente con la muerte.
“La música habla, no con conceptos, sino con sonidos. Sus significaciones están dichas en otro lenguaje que no es el de la razón (…) La música es la misma voluntad, una fuerza irracional que se hace armonía, melodía y ritmo” escribió el filósofo caído. Ese ritmo que percibimos, por ejemplo, en la música queda y melancólica de Joao Nogueira que cantó las vicisitudes y tristezas de los suburbios de Río de Janeiro, con el ritmo y la musicalidad de los grandes zambadores.
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