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La muerte ha sido absorbida en la victoria. ¿Dónde está, muerte, tu victoria?

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Fecha Publicación: 26/02/2022 - 21:30
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Queridos hermanos:

Estamos celebrando el VIII Domingo del Tiempo Ordinario. La primera Palabra es del libro del Eclesiástico que dice: “El horno prueba la vasija del alfarero”. Es decir, Dios prueba al hombre, a ti y a mí, a través de las dificultades de la cruz para hacernos más fuertes, y nos da un consejo: no alabes a nadie antes de que razone, porque esa es la prueba del hombre, es decir, si tiene discernimiento. Y ¿qué es tener discernimiento? Es ver a Dios en tu historia.

Por eso respondemos con el Salmo 91: “Es bueno dar gracias Señor. El justo crecerá como una palmera, en la casa del Señor crecerá en los atrios de nuestro Dios, en la vejez seguirá dando fruto y estará lozano y frondoso”. Por eso hermanos nuestra vejez nos da discernimiento y sabiduría, para poder responder ante los problemas que tenemos y llevarnos a lo más importante, al cielo, esta es la misión.

Por eso en la segunda Palabra que es de San Pablo a los Corintios el Señor nos dice: La muerte ha sido absorbida en la victoria, ¿dónde está, muerte, tu victoria?, ¿dónde está, muerte, tu aguijón?, el aguijón de la muerte es el pecado. Demos gracias a Dios que nos da la victoria por medio de Jesucristo, manteneos firmes y constantes porque el Señor no dejará sin recompensa nuestra fatiga. Hermanos esta muerte ha sido absorbida por la resurrección de Jesús, el aguijón que nos lleva todos los días a la muerte es el pecado. Hermanos, salgamos del pecado, y ¿cómo podemos salir del pecado? Convirtiéndonos a Jesús que nos da gratuitamente su Espíritu Santo.

El Evangelio de San Lucas nos dice: “¿Acaso un ciego puede guiar a otro ciego?¿No caerán los dos en el hoyo?”. Por eso, hermanos, Dios quiere que tengamos discernimiento, es decir que no seamos ciegos, que es a lo que nos conduce esta sociedad consumista donde solamente crece lo que tocas, lo inmediato. Es una sociedad que nos conduce a la burguesía, a la instalación, sólo busca pasarlo bien aquí, sin ver ninguna trascendencia. Dios quiere hacernos felices aquí en la Tierra. Y continúa diciendo la Palabra: “¿Por qué te fijas en la mota que tiene el hermano en el ojo y no reparas en la viga que tienes en el tuyo?”. Dios nos invita a no juzgar a nadie. Dirán los Padres de la Iglesia: No juzgues ni lo que veas, porque el ojo del hombre es engañoso. La hipocresía es el subdesarrollo del hombre, es fingir, aparentar, no vivir en la verdad. Desnudémonos todos los días de este traje que nos lleva a la muerte que es la doble vida, el fingimiento.

No hay árbol sano que dé fruto dañado, al árbol se le conoce por sus frutos. El que es bueno atesora en su corazón el bien, que es el discernimiento sobre su vida, y el que es malo, saca el mal, porque anda siempre rajando, es decir murmurando en su corazón y en su boca. Dice san Cirilo de Jerusalén: Los discípulos estaban llamados a convertirse en guías y maestros de todo el mundo. A esto estamos llamados, a ser discípulos de Jesús, como dice San Pablo en la primera carta a los Corintios: “Sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo, si el maestro ya no juzga, como te permites tú pronunciar sentencias, no hay peor cosa que el hombre o la mujer que hace sentencia sobre el otro, porque Jesús no vino a juzgar al mundo sino para usar con él de misericordia. ¿Por qué miras la brizna en el ojo de tu hermano y no te miras a ti mismo, si tú has pecado y más gravemente que otros? ¿Le vas a reprender olvidando tus pecados? Por eso, hermanos, transmitamos a nuestros hijos el mandato del Señor, la transmisión de la experiencia de tener paciencia con los que conviven con nosotros, es decir, no juzgar, porque este es el mandato necesario para todos, que es enseñar y transmitir gratuitamente la vida eterna. Ánimo que Dios nos ama y quiere que seamos felices. ¿Cómo? Mira tus pecados y perdonarás los de los demás, porque son muchos más grandes los nuestros que el del prójimo.

Que el Señor os dé esta introspección, esta profundidad y discernimiento que salva al hombre para que sea mucho más feliz.

Que el Señor los bendiga con su paz.

Mons. José Luis del Palacio Obispo E. del Callao

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