La mota en el ojo ajeno
Queridos hermanos, hemos disfrutado del domingo VIII del tiempo ordinario.
La primera lectura de este día es del libro del Eclesiástico: “Cuando se agita la criba, quedan los desechos; así, cuando la persona habla, se descubren sus defectos. El horno prueba las vasijas del alfarero, y la persona es probada en su conversación”. Dios nos prueba constantemente con la finalidad de ser hombres auténticos, que descubramos la verdad y dejemos atrás el hombre viejo que no nos deja ser felices. La Palabra concluye de esta manera: “No elogies a nadie antes de oírlo hablar, porque ahí es donde se prueba una persona”. Al oír hablar a un hombre escuchamos su forma de razonar; es ahí donde observamos el discernimiento que posee y si una persona posee discernimiento tendrá una vida feliz.
Respondemos a esta lectura con el Salmo 91 que nos dice: “Es bueno darte gracias, Señor. Proclamar por la mañana tu misericordia y de noche tu fidelidad”. Dios mismo es misericordia y su fidelidad va unida a esta, son inseparables. Los hombres somos débiles y perdemos la fidelidad a Dios, pero el hombre que la posea, lo dice la escritura: “en la vejez seguirá dando fruto y estará lozano y frondoso, para proclamar que el Señor es justo, mi Roca, en quien no existe la maldad”. Hermanos, en el auténtico hombre cristiano no existe la maldad porque, ella sólo nos lleva a la muerte del ser, a la infelicidad.
La segunda lectura es de la carta de san Pablo a los Corintios y en esta, cantamos un himno de la Iglesia primitiva: “La muerte ha sido absorbida en la victoria. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado, y la fuerza del pecado, la ley. ¡Gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!”. La muerte ha sido vencida en la cruz de Jesucristo, para salvarnos de la condenación de nuestros pecados. “Entregaos siempre sin reservas a la obra del Señor, convencidos de que vuestro esfuerzo no será vano en el Señor”, así concluye la Palabra y nos recuerda la recompensa que poseeremos en la tierra, el amor, la capacidad de ser felices.
El Evangelio de san Lucas nos dice en este domingo: “¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro. ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano”.
El Señor viene a curar la ceguera que poseemos. Pero, ¿Cuál es esa ceguera? La incapacidad que tenemos para descubrir el amor de Dios. Esta Palabra nos denuncia, porque siempre observamos nuestros defectos en el otro, esto tiene un nombre y es la hipocresía. “Pues no hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos”, continúa así la lectura.
¿Y cuál es el fruto que Dios espera de nosotros? La capacidad de amar, lo que nos permitirá vivir en felicidad. ¿Qué tenemos verdaderamente dentro de nosotros? Pidamos al Señor en este día, que siembre en nosotros la bondad, la misericordia y el amor. “Porque de lo que rebosa el corazón habla la boca” y ¿De qué rebosa tu corazón? ¿Habla de Dios? ¿De valores? Es esto lo que nos quiere regalar el Señor en este domingo y es también, lo que quiero para ustedes. Que la bendición de Dios Todopoderoso resida en ustedes y en sus familias.
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