La mirada disonante de Carolina Cisneros
A ella la hostigaban por no llevar la falda como sus demás compañeras del colegio, la juzgaban, le ponían apodos. Solo porque el largo de su falda era diferente. Mientras leía lo que esa jovencita sufría en un ambiente cerrado como es el de un nuevo colegio, pensaba en algo que de modo similar haya sufrido u observado sufrir en algún varón. Ninguno de mis compañeros de aula, en años escolares, fue calificado como conservador o libertino, menos aún por su ropa. Ese tipo de juicios o presiones morales no las sufre un varón. Hay discriminación de la que cualquiera puede ser víctima, pero otras, en las que solo las mujeres pueden ser el objetivo. Ese es el punto en el que «Mi falda hasta los tobillos» (Borrador editores, 2019) de Carolina Cisneros me capturó.
Cisneros nos cuenta la historia de Rebequita, una joven de formación cristiana, acostumbrada a sobresalir por ser la más piadosa, pulcra y aplicada de su clase. Ella se traslada de colegio. Aquí, su falda hasta los tobillos motiva la crueldad escolar. Cisneros ha realizado una observación valiosa. En tiempos en el que algunos insisten en debatir las posturas de los estudios de género, el feminismo o los conceptos de paridad, esta novela ilustra las diferencias que algunos quieren normalizar y sostener en el tiempo; y no solo eso, también el dolor y esa terrible sensación de “no pertenencia” tan peligroso y sofocante en los años en los que se forma la personalidad.
Carolina Cisneros nos dice que Rebequita quiere ser Rebeca, quiere vestir con libertad, no como su abuela dice, no como sus amigas quieren; sino del modo en el que ella se sienta bien. Creo que, al final, sentirnos bien es a lo que todos y todas tenemos derecho.
En suma, «Mi falda hasta los tobillos» puede lograr que los y las jóvenes reconozcan el daño que producen conductas que se han normalizado, pero que deben terminar. Y a los lectores adultos, a tener empatía; acaso el primer paso para construir una mejor sociedad.