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La megalomanía y la política

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Fecha Publicación: 20/05/2025 - 22:40
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La megalomanía es el delirio de grandeza de un individuo; es la obsesión desmedida por alcanzar la gloria y, desde luego, suele conllevar el desprecio por quienes, en el imaginario megalómano, no alcanzan su talla. Desde un enfoque clínico, no es una enfermedad independiente, sino un conjunto de síntomas asociados a trastornos de bipolaridad, narcisismo agudo o esquizofrenia.
En política, se expresa como la obsesión desmedida por alcanzar el poder, pues el poder exalta su grandeza y su “designio divino”. Entonces, alcanzar el poder por el poder es una condición para ser elevado a la gloria ante los demás, pues en sus fueros internos, ya se siente en una dimensión superior. La megalomanía en política es altamente peligrosa, pues el objetivo no es el prójimo, la búsqueda del bien común, la seguridad u otras necesidades básicas; el objetivo es el megalómano mismo y la satisfacción y perpetuación de su “grandeza” personal.
Hay grandes megalómanos en la historia. Nerón, en la antigua Roma, se sentía dios y buscaba la adoración; reunía a miles para que le oigan tocar la lira y, en sus propósitos de sostenerse en el poder, no dudó en mandar asesinar a su propia madre, Agripina. Su ego —dicen algunos historiadores— lo llevó a incendiar Roma para reconstruirla según su sueño.
Hitler, Stalin y Mao tienen en común haber capturado el poder y causado la muerte a millones de seres humanos que se oponían a sus sacros propósitos. Pues de eso trata la visión megalómana: “soy superior y tú no das la talla, eres prescindible, eres un objeto a merced del megalómano”. Hitler, Stalin y Mao, con su supuesta superioridad sobre los seres humanos de a pie, llevaron a cabo asesinatos masivos.
En Perú, el megalómano más grande de todos los tiempos ha sido Abimael Guzmán, quien alguna vez dijo que su revolución causaría más de un millón de muertos en Perú. ¿A título de qué? De la captura del poder y de hacer con él todo lo que abonara a favor de su narcisista sueño de ser la “cuarta espada del marxismo”. Cultivar un fuerte culto a su personalidad era su fortaleza entre quienes lo divinizaban para satisfacer sus delirantes sueños. Decenas de miles de peruanos muertos y mutilados dan fe de ello.
Las elecciones presidenciales de 2026, con 43 partidos políticos inscritos producto de una estrategia diabólica —disfrazada de reforma política— de “dividir para vencer”, proyectan un peligroso escenario para la afloración de las más recónditas ambiciones, desbordadas por la búsqueda del poder. El peligro de la megalomanía en la política radica en que el sujeto, una vez que capturó el poder, irá por el poder absoluto, usando la democracia, sistema que no puede estar por encima de sus aspiraciones de glorificación insatisfechas.
Para un megalómano, el fin justifica los medios. Entonces, no dudará en emplear recursos vedados, dinero de economías ilegales, usar la violencia interpósita para acabar con sus rivales. Su objetivo es el poder, y su ego se lo exige. Un potencial Luis XIV —el Rey Sol— y su inmortal frase: “El Estado soy yo”, puede estar en camino. Tenemos que conocer a cada uno y a sus entornos. ¡Cuidado!

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