La luz al final del túnel
Quiso morir de muerte natural y así lo dejó escrito en sus versos: “Demando una muerte natural/ sin morder el polvo/ sin esparcir la sangre.../ No le temo a la muerte.../ sino al dolor incierto, ilimitado.”
Robert Lowell, el gran poeta bostoniano que conocí en un verso de Cisneros: “…Y ya no hay corazón que aguante a Robert Lowell” murió tranquilo de un infarto en el asiento de un taxi. La crónica periodística lo contó de esta forma: “En septiembre de 1977, después de un viaje, mientras liquida su tercer matrimonio, aterriza en New York, le da al taxista la dirección de su segunda ex, con la que se esfuerza en recobrar el vínculo. Cuando el taxi llega a la dirección, su pasajero está muerto por un ataque al corazón.” Y la poesía de Antonio Cisneros de esta otra: “Del avión al taxi, del taxi al sudor frío, del sudor al diafragma cerrado. / 90.000 kilómetros de sangre a la deriva en el fondo de un taxi. / Rojos caballos bajando las colinas, evitando las altas hierbabuenas/ corriendo, siendo, riendo/ hundiéndose en las aguas como el sol del Pacífico. / Más libres que un cadáver azul a la deriva. / Sólo tumbos y chillidos de delfín. / Sin duelo alguno en los acantilados. En el fondo de un taxi.”
Poesía y locura es una asociación antiquísima: el poeta considerado como un loco sagrado. No en vano, la psiquiatría, ya desde el siglo XIX, observó una relación directa entre lo que hoy se conoce como trastorno bipolar y la psique del artista diagnosticado como esquizofrénico o maniaco-depresivo. Robert Lowell estuvo internado, durante su vida, veintiún veces en hospitales psiquiátricos. Fue además alcohólico y sufrió los efectos secundarios graves que, a veces, se derivan del consumo prolongado de litio.
Por tantos que le debieron tanto a su poesía, Cisneros escribió: “No hay quien tome tu mano y te consuele y te seque el sudor/
y te recuerde -en 14 segundos- el mar Atlántico contra un bosque de pinos/ y el orden de la tierra, perfecta como una tía vieja. / Azul a la deriva. / No hay duelo en los semáforos que guardan el camino/ ni un abeto en tu puerta todavía.” Ese azul a la deriva, es el día azul de los versos que Lowell escribió en uno de los sanatorios en los que estuvo: “El asistente nocturno, un estudiante de segundo año de la universidad/ despierta del nido de yeguas de su cabeza soñolienta…/ Él camina por nuestro pasillo. / Día azul…”
Quién sabe si Robert Lowell fue un loco sagrado que escribía poesía o un poeta, que, por serlo, estaba condenado a la locura. Sea lo que fuere escribió: “Sentimos a la máquina huir de nuestras manos/ como si alguien más la condujera;/ si vemos una luz al fin del túnel/ es la luz de otro tren que se aproxima.”
Jorge.alania@gmail.com
Mira más contenidos en Facebook, X, Instagram, LinkedIn, YouTube, TikTok y en nuestros canales de difusión de WhatsApp y de Telegram para recibir las noticias del momento.