La incapacidad de amar es la lepra de la sociedad
Queridos hermanos estamos ante el domingo XXVIII del tiempo ordinario. La primera lectura es del Libro de los Reyes y nos relata la historia de un leproso, Naamán, a quien el profeta Eliseo envía a bañar siete veces en el río Jordán. ¿Qué absurdo puede parecer esto no? “Y su carne volvió a ser como la de un niño pequeño: quedó limpio de su lepra”, nos dice la Palabra. Pero, ¿Cuál es nuestra lepra? La lepra que sufre la sociedad actual es la murmuración, la incapacidad para amar al otro. La sangre de nuestra sociedad está corrompida por la murmuración presente en cada uno de nosotros porque juzgamos y criticamos a nuestro hermano. Esto nos destruirá, sigamos el ejemplo de Naamán, un hombre que no seguía la ley de Dios. Pero Dios tiene compasión de él y lo cura.
Respondemos a esta lectura con el salmo 97: “El Señor revela a las naciones su salvación. Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas”. Esto es lo que necesitamos, entonar un cántico nuevo, esto nos dará una nueva forma de vivir en función de lo que Dios quiere para nosotros.
La segunda lectura es de la carta de san Pablo a Timoteo: “Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David, según mi evangelio, por el que padezco hasta llevar cadenas, como un malhechor; pero la palabra de Dios no está encadenada. Es palabra digna de crédito: Pues si morimos con él, también viviremos con él”. Hermanos, muramos a nosotros mismos, esto es a nuestros ideales, proyectos y esquemas. Así viviremos con el Señor. Es también el ejemplo del Papa Francisco, morir a sí mismo, a sus conceptos e ideas, y es Dios quien está con él y lo guía. “Si perseveramos, también reinaremos con Él. Si somos infieles, Él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo”, continúa san Pablo. La fidelidad de Dios es inherente a Él y su voluntad es nuestra salvación.
El Evangelio es de san Lucas: “Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Cuando iba a entrar en una ciudad, vinieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: Jesús, maestro, ten compasión de nosotros. Al verlos, les dijo: Id a presentaros a los sacerdotes”. ¡Cuán importante es ese “Id”! Es una invitación de Jesús a ponerse en camino. Hermanos, si te encuentras en momento en el que no tiene sentido tu vida, ponte en pie e id. Veremos así el milagro de Dios en nuestras vidas y tal como pasó con aquellos diez, también quedaremos curados. Pero, sólo uno volvió a agradecer a Dios por lo que había hecho y era un samaritano: “Jesús, tomó la palabra y dijo: ¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están?”. Fijémonos, deseamos el milagro inmediato pero no el encuentro verdadero con Dios que es la verdadera felicidad. “Jesús le dijo: Levántate, vete; tu fe te ha salvado”. ¿En dónde se nos da la fe? En la Iglesia, a través de la predicación, de la Palabra de Dios, esta es la que tiene el poder para darte la fe y te puedas poner en camino. Hermano, si haz pecado, ¡Ánimo! Levántate, ve a la Iglesia y reconcíliate con Dios. Verás que en esta confesión, Dios te toma de las manos y te levanta, y te hará caminar sobre la muerte.
Que la bendición de Dios esté con ustedes en este día.