La ilegitimidad de la producción legislativa
Con relativa frecuencia se ha llamado la atención en el sentido de que, las decisiones políticas deben de ser no únicamente legales, en cuanto se ajustan o enmarcan dentro de lo establecido en el ordenamiento jurídico vigente, sino que, además, deben de estar acompañadas de una buena dosis de legitimidad, es decir, debe haber aceptación popular.
En ese sentido, es lamentable observar que, en el ejercicio de la producción de normas, por parte del Poder Legislativo en el Perú, es muy poco el interés que se tiene cuando se trata de aprobar leyes, las cuales no son las que reclama la población. Por lo tanto, cobra vigencia la frase: “se aprueban leyes a espalda del pueblo”.
Se suma a esta realidad, el que se antepone el interés partidario o de grupo al interés general; pues, la voluntad política de los que tienen en sus manos ejercer el poder político, hacen uso del mismo para verse favorecidos, de manera tal que se garanticen sus aspiraciones personales.Una
de las últimas decisiones del actual Parlamento así lo demuestran. Me refiero a la forma cómo se ha legislado respecto a las elecciones primarias en las organizaciones políticas, y que ha terminado por trastocar y empeorar lo que ya se tenía regulado.
Cuando se decidió que, con la finalidad de viabilizar el funcionamiento democrático en el interior de las agrupaciones políticas se hacía necesario que, los candidatos que presentan los partidos no debe ser la decisión de los que dirigen, sino de sus bases; o, lo que es lo mismo, de los miembros registrados o carnetizados del partido. Es lo que se conoce como elecciones primarias.
Para ello, y como suele acontecer entre los que se dicen especialistas en materia electoral, sin dejar de perder la mala costumbre de ser copiones, e inspirados en el sistema PASO argentino, como si fuera la gran panacea, buscaron que se aplique también en el Perú, pero sin tomar en cuenta que tenemos una realidad totalmente distinta a la que tienen los argentinos.
Las organizaciones políticas en nuestro país no están suficientemente vertebradas o institucionalizadas en el funcionamiento del sistema político. En el Perú, excepto algunos pocos partidos políticos, la gran mayoría han surgido como producto de la fuerza de imagen de una persona que, siendo carismática, capta apoyo popular, generalmente transitorio. Razón por la cual, hay más de quince agrupaciones que están recolectando firmas para tramitar su inscripción, y que se sumarán a las 25 agrupaciones políticas ya registradas.
Este es el motivo por el cual, más de una vez se ha llamado la atención que, siendo necesarias las elecciones primarias en los partidos, para elegir a sus candidatos, no es conveniente que toda la ciudadanía participe de las mismas; pues, el común de las personas desconocen a los que se promueven en el interior de la agrupación; por lo tanto, la decisión para elegir candidatos debe ser únicamente de los militantes registrados en el partido (“un militante, un voto”). En consecuencia, las elecciones primarias deben de ser cerradas, y no abiertas. No se puede ni debe obligar al ciudadano no partidarizado a participar en una elección sobre la cual no tiene suficiente información y, lo que es más, no tiene interés en obtenerla (la mejor prueba es lo que, desde hace muchos años, viene sucediendo con el famoso “voto informado”, en la que el ciudadano antes de acudir a votar ni siquiera se preocupa en conocer los antecedentes de los candidatos ni las propuestas de la agrupación política que lo presenta). Esa es nuestra realidad. No nos engañemos.
Por lo demás, sí es procedente que sean simultáneas, por cuanto en una sola fecha se pueden llevar a cabo la elección interna en todos los partidos políticos debidamente registrados, con el apoyo de los organismos electorales competentes.
Pero, una vez más, y a pesar de que ya se aprobó por el actual Congreso, hay que eliminar de plano la posibilidad de que sean “los delegados” los que elijan a los candidatos; pues, eso es cualquier cosa, menos democracia interna. La institucionalización de los partidos comienza por democratizar su funcionamiento interno y no promoviendo su manejo por cúpulas partidarias, donde sus militantes terminan siendo unos “convidados de piedra”.
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