La historia de Luz Oviedo: mujer rebelde
La semana pasada mi colega María Luz Oviedo Romano Bazán partió. Me quedó el recuerdo de su legado y la promesa que hice de contar su historia porque merecía ser contada, una historia que bien pudiera añadirse a las ediciones de “Mujeres Rebeldes”.
Luz nació en mayo de 1940 en Puno. Su mayor recuerdo de infancia eran las vacaciones en los campamentos mineros con su padre. “Todos aspiraban ir a un centro minero extranjero porque había desarrollo comunal”, relata. Estudió educación y sociología cuando una de cada 10 estudiantes universitarios eran mujeres. A inicios de los años 60, una amiga le pide la acompañe a una charla en el Peruano Norteamericano. ¡Casi no va! Pero el destino le tenía preparado un viaje sin precedentes que la haría ganar un concurso nacional entre más de 100 peruanas de todo el país, a las que venció en distintas etapas quedando entre 10 finalistas que llegaron a Lima. Tras charlas, exposiciones y resúmenes, regresó a Puno pensando que no había ganado. Pero a las semanas recibió una carta de la Embajada informándole que iría a estudiar a la aristocrática Escuela de Wesley por dos años con una beca totalmente pagada.
Lo más interesante de su viaje fue que coincidió con grandes cambios en el mundo. Entre 1963 y 1965, Estados Unidos y Europa vivían entonces la lucha por los derechos civiles. Conoció a Martin Luther King y participó en marchas en distintas ciudades de Norteamérica reivindicando la igualdad de todos ante la Ley, algo que replicó en el Perú. Vivió la crisis de los misiles y estuvo en las Naciones Unidas cuando el Ché Guevara dio su discurso en la ONU. Se entrevistó con el senador Kennedy, quien le entregó su diploma de graduada, y formó parte de la Liga de Mujeres Votantes. Fue parte de movimientos y debates políticos centrales en una Norteamérica liberal que estaba totalmente viva.
De Boston regresó a Juliaca, y junto a su entrañable amiga Dora Olivera y dos pedagogas más intentó convertir la ciudad en la New Haven peruana, una experiencia donde la escuela se convirtiera en un elemento disociador y transformador socialmente, que globalizara a los futuros peruanos en el mundo. A inicios de los años 70, a través de programas ambientales y regionales, el objetivo era rescatar el conocimiento andino, como el arado manual (la chaquitaclla) e incorporarlo en la economía del futuro. “Mi tesis sobre ello debe estar en la Universidad del Altiplano esperando ser actualizada por ojos visionarios”, anhelaba Luz.
El legado que nos dejó fue su apuesta por una educación transformadora de mentes, capaz de moldear juventudes e infancias. Por ello su nombre debería estar grabado entre esas mujeres rebeldes que son capaces de cambiar la historia, a pesar de la resistencia conservadora que siempre termina por caer ante la evolución de la especie humana. La semilla que pusieron hace décadas hoy tiene frutos certeros en todo el mundo.
Aquí el homenaje que merecía la historia de tu mami querida Ceci, tú que siempre serás mi mejor amiga, y una mujer a quien amaré por siempre. ¡No estás sola! ¡Estamos contigo!
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