La guerra político-comercial EE UU-China
El impacto psicológico que ha producido el éxito obtenido por DeepSee, homólogo del ChatGPT (Inteligencia Artificial) norteamericano, puede acabar resultando más ruido que nueces. Cuesta trabajo creer que, con tan escasa inversión —como alegan los chinos—, su herramienta para aplicar la Inteligencia Artificial incorpore aquellas características suficientes para competir con su homóloga ChatGPT. Peor aún, que el chip chino compita con el de Nvidia, cuyo fabricante norteamericano ha resultado seriamente afectado con esta irrupción china. Es más: hablamos de la disputa por la hegemonía internacional entre EEUU y China sobre un producto de significativa trascendencia a futuro, donde el efecto psicológico de la noticia pone en tela de juicio la, hasta el viernes último, supremacía norteamericana sobre este indiscutiblemente estratégico caso para el futuro de los terrícolas.
Ello ha generado el efecto —buscado por los chinos— del escepticismo respecto a la presunta hegemonía norteamericana en este tema palpitante. Incluso ha enervado los mercados, con una herramienta —al menos en el papel— más barata y más eficiente que la estadounidense. Incluso gente especializada en este sofisticado negocio ahora se aventura a calificar el producto chino no solamente como más barato, sino incluso con mejores respuestas que el ChatGPT, por ejemplo, sobre el razonamiento matemático.
Concretamente, esto ya no es una guerra comercial. Es una disputa transnacional por el dominio geoestratégico mundial en la cual, indiscutible y excluyentemente, uno de ambos países definirá semejante contienda histórica.
La táctica china ha sido conquistar los mercados en función de las apariencias de sus productos —semejantes o, a primera vista, incluso superiores a los norteamericanos— gracias a que su fuerza laboral depende, como país comunista, del Estado. Por eso, la ventaja del costo laboral favorece a China. Lo mismo sucede con las condiciones de trabajo, consideradas muy inferiores a las existentes en los países occidentales avanzados. Por último, las dictaduras comunistas —y la china es la más numerosa, más poderosa e inteligente del planeta— bajan costos para mejorar sus condiciones de mercado. Lo que no sucede en Norteamérica, donde poderosas organizaciones laborales anualmente conquistan nuevos y costosos beneficios para sus afiliados, aumentando costos de producción y, consecuentemente, los precios de los productos finales.
Definitivamente, el efecto psicológico que ha generado el hoy ya famoso DeepSee es la punta del iceberg en esta batalla desatada entre China y EE UU, a efectos de que uno de ambos capture el trono, convirtiéndose en el futuro emperador mundial. Si bien la ascensión china ha sido sumamente exuberante y meteórica en su pugna con Occidente, el costo económico-político que aquello significa para la potencia asiática pudiera ser su talón de Aquiles. Hoy, China sigue siendo un país comunista, operando en un mundo cada vez más opuesto a las esclavitudes, explotaciones y abusos característicos de esta doctrina. Hoy son mil trescientos millones de chinos, la mayor parte de ellos viviendo como capitalistas y cada día más conocedores de las libertades, no solo personales sino sociales.
Por tanto, ese EE“chino barato” acabará más temprano que tarde; y Estados Unidos seguirá reinando, gracias a su cultura por la libertad.
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