La fraternidad entre masones
Fraternidad es la “amistad o afecto entre hermanos o entre quienes se tratan como tales”. Es un rasgo común en varios grupos: distintas iglesias, como la católica –que abrazamos la mayoría de peruanos–, donde el sacerdote nos llama a todos hermanos; otras iglesias cristianas donde el trato es quizás más frecuente; o nuestra tradicional Hermandad de Cargadores del Señor de los Milagros, entre varias más.
Por tanto, la fraternidad no es privilegio ni uso exclusivo de los masones, que nos reconocemos unidos y nos llamamos hermanos, sin ser excluyentes ni querer ofender a nadie, ni siquiera distinguirnos de los demás por el uso de tal término. ¡Somos hermanos! Por ello nos ayudamos y socorremos si estamos en dificultades. Lo hacemos hasta donde nos sea posible o “si se halla dentro de la distancia de mi cuerda”, como señalaban los antiguos constructores.
Nuestra ayuda fraternal tiene límites: nos lo enseñan desde que ingresamos y nos lo repiten cuantas veces sea necesario. Unamos a lo dicho que el principal documento oficial de la Orden contiene nuestra “Declaración de Principios”, que señala: “La francmasonería tiene como objeto el perfeccionamiento moral e intelectual de sus adeptos y la formación de una conciencia universal de solidaridad y fraternidad entre los hombres…”.
De manera simplificada, podemos decir que la masonería tiene por objeto elevar nuestro espíritu y nos encarga hacer el bien a la humanidad. Queda claro así que la ayuda entre masones tiene límites, y estos son los que la moral nos impone. Ningún masón ayuda a otro en algo indigno, ilegal o siquiera impropio. Sin embargo, si se da el caso de que algún miembro de nuestra orden lo hace, deja de ser nuestro hermano y, en aplicación de nuestras normas internas, lo separamos o expulsamos. En nuestra terminología, lo “irradiamos”: deja de ser masón.
La masonería, la Gran Logia del Perú, no son lugares donde se complote en contra de la moral y la ética. Todo lo contrario: los masones trabajamos muy duramente para eliminar nuestros vicios e imperfecciones, o como solemos decir: “Elevamos templos a la virtud y cavamos calabozos para el vicio”. Falso sería siquiera suponer que no nos equivocamos al escoger algún o algunos candidatos. Mentiríamos si sostuviéramos que todos los masones somos hombres santos o perfectos.
Lamentablemente, en algunas ocasiones fallamos al usar nuestra zaranda, herramienta que los antiguos constructores nos legaron para cernir y permitir solo el ingreso de determinados materiales a la mezcla e impedir que lo hagan otros. Los que ingresaron por error, si son capaces de enmendarse, enhorabuena; si no, apenas realicen una inconducta, los suspenderemos y, en un extremo, los echaremos de nuestra orden.
La masonería tiene tradicionales enemigos que han pretendido siempre vilipendiarnos, acorralarnos y hasta eliminarnos. De ellos nos ocuparemos en otras entregas, pero solo luego de exponer algo de la filosofía e historia que nos sustenta.
Por Carlos Antonio Tejeda Rojas
Gran Maestro de la Gran Logia del Perú
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