La fracasada descentralización
El 17 de julio de 2002, Alejandro Toledo promulgó a trompicones un mamarracho bajo el título de “Ley de Bases de la Descentralización”. Instrumento que, desde el primer día en que entró en vigor, ha servido para cualquier efecto menos para hacer cumplir el título de este improvisado esperpento, inventado más parece para destruir antes que para descentralizar la nación. La desesperación del toledano por figurar en los anales de la historia como el prohombre que jamás fue -ni pudo haber sido- hizo que ese personaje improvisara un texto escrito por algún estudiante de primaria, revestido de ley para reformar -sin saberlo ni quererlo- las estructuras del siempre maltratado Estado peruano.
Veintidós años más tarde, el Perú es un Estado fallido. En parte, precisamente por aquella estupidez disfrazada de reforma estatal; pero, asimismo, por culpa de todos los mandatarios que sucedieron a Toledo y no tuvieron el coraje -o quizá las ganas- de anular aquel mamotreto y sustituirlo por una verdadera ley de Descentralización que tanta falta hace.
Probablemente el simplismo de Toledo, unido a algún sueño de opio y Etiqueta Azul, le hicieron alucinar viéndose convertido en el decimoquinto Inca de aquella dinastía que rigió entre los siglos XV y XVI. En su caso, tardíamente incorporado en el siglo XX.
En realidad, esta ley -que lleva el número 27783- no es más que copia y calco de la misma estructura estatal que tenía el Perú, hasta el día que entró en vigor ese inútil, improvisado instrumento bajo el pomposo nombre como hoy se le conoce. Por supuesto, lo único que cosechó Toledo fue la indignación ciudadana que produjo semejante tontería.
Si nuestros parlamentarios tuvieran interés por mejorar las condiciones de vida de sus paisanos, el primer esfuerzo mental que deben hacer es elaborar un verdadero instrumento constitucional para transformar las estructuras del hoy inviable Estado peruano. No se trata de repetir una subdivisión territorial -tan arcaica y vasta como la que seguimos manteniendo- para administrar un territorio subdividido en 24 departamentos; ni menos únicamente cambiar la denominación de departamentos por regiones o por otro nombre. Lo que necesitamos es una inteligente y pragmática redistribución territorial, acorde al mundo contemporáneo. Insistimos, sin improvisar otra reforma territorial sólo para salir de la actual ridiculez que mantiene confundida a la sociedad. Necesitamos transformar coherentemente este Estado elefantiásico y primitivo, nada funcional, que mantenemos desde hace casi dos siglos.
Basta de improvisaciones, señores de la política. Si ustedes realmente quieren a su patria, prepárense, capacítense y estudien la historia y la realidad del nuevo mundo. Basta de irreflexiones y necedades. Como presumir que, por venir del Ande, alguien tiene derecho a gobernar y/o a legislar; siendo muchos de quienes se jactan de ello una partida de analfabetos. Lo confirma, fehacientemente, un reciente presidente, su vicepresidenta, su bancada congresal y sus ministros, quienes no sólo no sabían leer ni escribir, sino tampoco gobernar; eso sí, diestros en la trampa y el robo bajo las etiquetas “soy pobre” y/o “soy andino”. ¡Por semejante barbaridad, el Perú está como está!
Mira más contenidos siguiéndonos en Facebook, X, Instagram, TikTok y únete a nuestro grupo de Telegram para recibir las noticias del momento.