La esposa del militar
Tengo el privilegio de pertenecer a una de las tribus más antiguas de nuestra civilización: la compañera del guerrero, del militar. He nacido y crecido junto a mujeres valientes, inteligentes y protectoras. Mis dos abuelas, mi madre y mi suegra decidieron en su juventud optar por el apostolado silencioso y muchas veces no reconocido de ser “esposa de un militar”, así que, cuando el amor llegó a mí, no me fue difícil saber lo que sería mi vida desde el momento en que aceptase unirme al hombre maravilloso que hoy es mi compañero.
La vida de la esposa del militar ha ido cambiando entre generaciones. Por ejemplo, mis abuelas tuvieron hijos nacidos en diferentes provincias del país, pues en esos años no había forma de regresar a Lima a dar a luz. Es así que, en el caso de mi abuela materna, tuvo hijos nacidos en Iquitos, Puno, Arequipa y Moquegua.
Ser esposa de un militar no es una medalla ni un uniforme. Es una vida entera que se borda con hilos invisibles: paciencia, fortaleza y amor inquebrantable. Quienes nunca han vivido dentro de esta piel creen que somos simplemente “la mujer detrás del uniforme”. Pero no, no estamos detrás. Caminamos al lado, sostenemos el mismo peso, libramos nuestras propias batallas. Mientras ellos juran defender la patria, nosotras juramos sostener el hogar en silencio. Aprendemos a despedirnos sin saber si habrá regreso, a criar hijos entre mudanzas y colegios nuevos, a sonreír en las ceremonias mientras, por dentro, cargamos tristezas, incomprensión y miedo. Aun así, hay un orgullo que nos sobrepasa: saber que amamos a hombres que eligieron servir a algo más grande que ellos mismos.
En mi caso, la Marina de Guerra del Perú me enseñó sacrificio, entrega y disciplina. Me convirtió en una mujer capaz de posponer sueños personales para sostener los de él, con la certeza de que servir a la patria también se hace desde casa.
Ser esposa de un militar es conocer cada rincón de la patria, disfrutar de su gente y sus costumbres, aprender a convivir con la ausencia y transformar la incertidumbre en fortaleza. Es la universidad del amor al país, es una maestría, donde graduarse significa entender que el servicio militar no se lleva solo en los hombros del uniformado, sino en el corazón de toda la familia.
El día viernes 1 de agosto, con motivo del trabajo voluntario en la Asociación Stella Maris, que agrupa a las esposas de los oficiales navales del Perú, recibí de manos del Comandante General de la Marina de Guerra, Almte. Luis Polar Figari, la “Medalla Naval de Reconocimiento”. Lo hago con gratitud y humildad, no solo en mi nombre, sino en el de todas las esposas de militares de mi familia y de mis amigas maravillosas, que sin uniforme también defienden nuestra patri
Gracias, Marina de Guerra del Perú, por visibilizar nuestra entrega. Gracias, Almte. Luis Polar Figari, por recordarnos que nuestra fuerza es parte de la historia de esta institución.
Bravo Zulú. ¡Viva la Marina de Guerra del Perú! ¡Viva Grau!
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