La envidia. Gracias, Virgilio
Central, el restaurante a cargo del chef Virgilio Martínez, recibió recientemente el premio del mejor del mundo por The World’s 50 Best Restaurants, 2023. En la lista de los 50 lo acompañaron Maido, puesto 6, Kjolle, el 28 y Mayta, el 47. Un momento fantástico para el Perú de cara a la gastronomía mundial. Esto, que debería procurar una enorme alegría nacional, generó la reacción contraria: la envidia. Saúl Peña, psicoanalista y amigo, remarcaba que había una envidia sana y otra patológica. Si el recuerdo no nos falla le adjudicaba a este sentimiento el color verde.
Lo cierto es que la gratificante distinción para Virgilio Martínez inundó la redes con mensajes de mala leche. El más burlón y muy difundido es la imagen de un choclo con dos pedazos de queso en una bolsa de plástico. La leyenda rezaba; mazorca de bosque altiplánico con madurado de lactosa andina, etc., agregando que era un choclo con huacatay del Mercado Central. También se criticó el precio del menú, carísimo se escribió, quién puede ir ahí, etc. O, por qué no ofrecen lomo saltado, ceviche u otros platos de nuestra cocina.
Virgilio es un cocinero fantástico. Cuando crea un plato parece entrar en un estado hipnótico. Utiliza productos del Ande, ese espacio tan reivindicado por los envidiosos. Como los grandes cocineros, tiene un laboratorio en el Cuzco donde hace alquimia con productos serranos. No ofrece un menú al comensal, la llama experiencia y lo es. Obviamente, no necesita que lo reivindiquen. Más allá de las palabras positivas o negativas, es un grande. Por eso el premio. Detrás de su arte está su talentosa esposa, y más de 150 personas a su cargo.
La envidia es la emoción que lleva a desear, a tener, lo que uno no posee. Está en la lista de los pecados capitales. La describen como el deseo que la buena fortuna del otro fuera de uno. Un vicio que tortura al pecador desdichado y que genera odio al prójimo. La psicoanalista Melanie Klein indica que es un sentimiento muy primario que se genera en la temprana infancia, cuando aún no hay lenguaje. Su opuesto es la gratitud.
¿Qué hizo al peruano envidioso? Difícil precisarlo. Probablemente las múltiples carencias que padecemos desde siempre. Haya de la Torre se refería a la metáfora del palo encebado. En otras latitudes, quien sube a lo alto es alentado y aplaudido. En el Perú solo se espera ver cuándo se cae. Si un restaurante de cualquier país de Europa recibe una distinción culinaria, la satisfacción será unánime. Tal vez haya indiferencia de un sector, pero no se comentará lo caro o lo inalcanzable que es.
Nuestra cocina llena de orgullo a los peruanos. Se llega a extremos de pensar que es la mejor del mundo, cayendo en la exageración. El galardón otorgado a Virgilio debe ser celebrado y compartido por todos. Refresca la alicaída imagen internacional de nuestro país. Si no es posible ir, bien podríamos ilustrarnos sobre los productos que usa. Descubrirá cosas que no conocía. Un modesto aporte que tal vez nuestro chef ya conoce: el ‘limancho’, maravillosa yerba de Apurímac. La mejor cura contra la envidia es la gratitud. Ojalá que aquello de ‘el peor enemigo de un peruano es otro peruano’ no sea realidad.
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