La dislexia social de AGP
¿Cómo explicar que un monstruo de la política en el Perú, como fue Alan García, se convierta hoy en un actor tragicómico del acontecer nacional? En un viejo sabueso sin olfato, sin precisión ni agudeza, sin el tino al que nos tiene acostumbrado el político profesional.
Hay quienes postulan que en realidad nunca fue ese gran político que algunos piensan. Que el nivel educativo del país es tan bajo que triunfó el tuerto frente a los ciegos, siendo el “Rey”. Pero más allá de lo que haya sido en el pasado, lo cierto es que hoy no da pie en bola, y cada día pone más en evidencia el excesivo temor que tiene de enfrentar a la Justicia. Algo que evadió hace 20 años, cuando huyó del país y prescribieron sus denuncias por supuesta corrupción.
No explicamos de otro modo la poca destreza mostrada cuando fue emboscado con inteligencia por la Fiscalía del caso Lava Jato, impidiendo su salida del país; ni su sobrerreacción pidiendo asilo político en Uruguay, sin estar plenamente convencido de que se lo darían; ni sus absurdos ataques a la reputación del presidente Vizcarra, quien se victimiza gracias a la pésima imagen pública de quien lo ataca.
Tal vez una explicación sea la dislexia social que hoy sufre el expresidente García, quien ya no tiene una lectura adecuada de la realidad nacional. No comprende el pensamiento de las nuevas generaciones. No descifra que, en la escena contemporánea, los buenos y malos no son más blancos y negros exactos, o ricos y pobres sin posible combinación. No sabe que la tendencia son los infinitos grises, donde héroes y antihéroes se encuentran por igual en ambos bandos, transformando por completo el antiguo paradigma de los antagónicos conceptos binarios.
De pronto, AGP se convirtió en un adulto mayor que transmite lástima a las nuevas generaciones, a esos jóvenes que interpretan el mundo a través de las series de Netflix, a esos jóvenes que diferencian muy bien entre un guerrero de “Esto es Guerra” y un “joven candidato” que los representará frente al Estado. Sin duda, perdió el olfato. Pero se resiste a dar un paso al costado y jubilarse, para que una nueva generación entierre sus viejas ideas y dé rienda suelta al libre albedrío de innovar en el partido de la estrella. Si sigue así, solo será recordado en la historia como el último dinosaurio, ese que sepultó al aprismo más retardatario y conservador.