La degradación de la Policía Nacional
En 1988, el gobierno de turno unificó las tres ramas policiales bajo un solo mando, en circunstancias de enfrentamientos abiertos en las calles entre policías de una y otra institución, lo que expresaba una decadencia interna en los fundamentos mismos de su existencia legal: Dios, patria y ley. Aquellos eran momentos dramáticos para los peruanos, asediados por el terrorismo que asesinaba sin piedad, como para debilitarse enfrentándose entre hermanos.
Si “los problemas de hoy son las soluciones de ayer”, el colapso de las instituciones policiales de entonces se dio a través de un proceso de deterioro que pasó inadvertido ante las autoridades de turno hasta volverse insostenible, y la decisión quirúrgica fue indispensable. La unificación bajo un solo mando era requisito y mandato. No existe organización útil en el mundo que tenga varias cabezas, y la unidad de mando o de dirección es precisamente una contribución de las ciencias militares a las administrativas.
Lamentablemente, como casi siempre, la implementación de los cambios estuvo plagada de deficiencias y muchos policías investigadores terminaron dirigiendo el tránsito, mientras que policías republicanos, como se les llamaba, fueron asignados a tareas de investigación para las cuales nunca fueron capacitados. La síntesis de la nueva policía viene llegando cuando los policías formados en una escuela con una misma cultura organizacional llegan paulatinamente a los altos mandos, lo cual ha tomado tiempo.
Si unificar varias ramas bajo un solo mando era imperativo, ¿por qué no se traduce en eficiencia 37 años después? Hay muchas razones, y voy a citar tres que son observables y evidentes:
La manipulación política, que es la más grave de todas y, a su vez, causa de las dos siguientes.
La grave infiltración de delincuentes en las filas policiales.
La falta de inteligencia y, especialmente, de contrainteligencia para corregir lo anterior.
Las instituciones militares y policiales tienen muchas fortalezas orgánicas y también algunas debilidades. Hay una, derivada extrañamente de la disciplina, y es la probabilidad de ser cooptadas por el poder político si sus altos mandos confunden disciplina con sometimiento. Sucedió en el régimen de Fujimori, donde altos mandos sacrificaron a sus instituciones; sucedió en el humalismo, que cesó a 30 generales de la policía para poner a un general amigo, y también manipuló los pases al retiro en el Ejército; lo hizo Sagasti con 18 generales; igualmente manipuló Castillo, y lo seguirán intentando, pues en un país aprendiz de democrático, el respaldo de las armas es sostén de caudillos.
Que dos alféreces graduados en diciembre sean capturados en menos de tres meses en el norte del país como parte de una banda criminal explica el nivel de penetración del crimen dentro de la institución y la absoluta ineficiencia del sistema de contrainteligencia. La inteligencia y contrainteligencia se debilitan hasta la inercia cuando se conjuga el manoseo político y el sometimiento de los altos mandos, que no hacen respetar la institucionalidad, que es muy diferente a la insubordinación.
Hay ejemplos de comandantes generales que perdieron sus carreras cuando algún caudillo de turno los pasó al retiro prematuramente por hacer respetar la institucionalidad. ¿Qué más honor? Solo por citar al Gral. EP Alberto Vizcarra, quien no le permitió al hoy reo Castillo sus intentos de meter las manos en el Ejército, o al Gral. Vergara Ciapciak, quien hizo lo propio con el inefable Humala, y muchos más en silencio en las FFAA y también en la Policía. No se debe permitir el manoseo político.
Una policía que realizó la ejemplar “captura del siglo” con el terrorista Abimael Guzmán, o que capturó a Polay, el otro cabecilla, con un legado como el de Mariano Santos y Alipio Ponce, puede y debe regenerarse rápidamente. Tiene grandes capacidades, pero sin duda la gran batalla a ganar es contra sí misma, en el sentido de capturar a todos los delincuentes infiltrados, dar de baja a quienes buscan favores políticos y tener comandantes generales que sepan decir sí o no según mande la ley, a cualquier caudillito político que desaparece en cinco años mientras la PNP es perpetua. ¡Sí se puede!
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