La degeneración del periodismo peruano
El periodismo es una vocación, más que un oficio o una profesión. Lo primero, según la RAE, significa llamamiento, inspiración, estado de ánimo, dedicación a aquello por lo cual uno tenga inclinación. Mientras lo segundo implica aprender tanto a través de la escuela como practicar en los quehaceres de esta actividad. En ese orden de ideas la profesión, al igual que el oficio periodístico, tienen como objeto rentabilizar el trabajo respectivo; en tanto que la vocación periodística sólo apuesta por el rigor en la práctica de la propia afición. Por ello cuando alguien decide dedicarse al periodismo es porque siente el llamado de su vocación. Mientras tanto, cuando alguien resuelve abocarse al negocio periodístico lo hace como cualquier otro mortal que apuesta por conseguir una utilidad crematística. En ese caso a través de la explotación del oficio o de la profesión periodística. Existe pues una diferencia sustancial entre aquello que es la vocación del periodista, y lo que expresamente es la profesión y/o el oficio periodístico.
Y esta diferencia medular entre uno y otro significado –vocación vs oficio/profesión– ha venido ampliándose exponencialmente en el mundo a raíz de la aparición de las redes sociales. Aunque en nuestro país esta distancia entre ambos conceptos se multiplicó a partir de cuando el velasquismo confiscara los medios de comunicación, fusionándolos como parlantes del poder de turno y en portadores de la verdad oficial. Pero asimismo la intolerancia velasquista dinamitó tanto al periodismo vocacional como al oficio y a la profesión periodística, al perseguirlos y penalizarlos cuando se atrevieran a criticar al jerarca de turno. Obviamente seis años de lo mismo debilitaron tanto la vocación como el oficio y la profesión periodística. Y doce años de revolución socialista pusieron fin a toda expectativa por recuperar la grandiosa esencia de aquel periodismo sólido que se practicara en el Perú hasta el infame golpe velasquista de 1968. Desde entonces, la vida periodística en esta nación ha venido apagándose progresiva aunque firmemente. Al punto que hoy son contados con los dedos de una mano los medios que practican con rigor el periodismo de vocación. En el 99.99 % de los casos comprobamos que acá campea el periodismo como negocio. Pero cuidado. No solo nos referimos a su apego por la utilidad dineraria sino a que, evidentemente, hoy el negocio periodístico peruano está orientado a la consolidación del poder político. Y, como sucedáneo de éste, a su participación en diversas otras actividades económicas colaterales, convirtiendo así a la actividad en un trust de intereses netamente distante de su génesis fundamental.
En consecuencia hoy el periodismo en el Perú es sinónimo de poder político. Es decir, la antítesis del verdadero periodista de vocación. Inclusive del auténtico periodista de oficio o de profesión. Y desde luego la televisión –como hoy las redes– ha dado lugar a una nueva faceta del antiguamente llamado hombre de prensa. Del redactor, editor o director de periódicos hemos degenerado en el figuretti mediático que, sin vocación y sin oficio ni profesión, aparece ahora como la estampa contemporánea del periodismo.