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La cuenta regresiva de la “brisita bolivariana”

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Fecha Publicación: 15/08/2025 - 21:50
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La “brisita bolivariana” pronto no será ni un soplido. Para Estados Unidos, Nicolás Maduro dejó de ser un dictador incómodo y hoy es tratado como jefe de una organización criminal narcoterrorista. Tras calificar de “ilegítima” su juramentación del 10 de enero de 2025, Washington elevó la recompensa a US$ 50 millones por información que conduzca a su arresto o condena. A la par, coordinó sanciones con aliados europeos y describió al “Cártel de los Soles” como parte de un engranaje de narcotráfico, trata de personas y tráfico de armas que opera desde el Estado venezolano. A ello se suman incautaciones millonarias y propiedades de lujo ligadas a su red de testaferros.
El senador Marco Rubio y la fiscal general Pamela ‘Pam’ Bondi sintetizan esa lectura: Maduro encabeza un aparato que usa estructuras estatales para mover cocaína —intoxicando y enfermando a los Estados Unidos— y blanquear dinero, apoyado por redes como el Tren de Aragua y cárteles mexicanos. México se alejó del Grupo de Lima y se alineó con el Grupo de Puebla, paraguas de referentes de izquierda en la región.
Lo de Rubio y Bondi no es retórica: hay sanciones, designaciones y causas penales en curso. En Washington y en capitales europeas crece la percepción de que el chavismo agotó su ciclo económico y político, y que subsiste por represión y rentas ilícitas.
Hay señales de que la caída de Maduro está cerca. La oposición se rearticula, crece la presión financiera y judicial y el consenso internacional se vuelve más nítido. Ayer, María Corina Machado, en una entrevista con Fox News, definió al régimen como una amenaza a la seguridad de Estados Unidos y pidió una transición ordenada. Su aparición confirma que la idea de “fin de ciclo” dejó de ser consigna y empieza a ser hoja de ruta.
No hay, por ahora, evidencia de un plan del Pentágono para invadir Venezuela al estilo de 1989 en Panamá. El costo político y jurídico de una intervención sería altísimo. La Casa Blanca privilegia el cerco legal y financiero —recompensas, incautaciones, detenciones— como instrumento de presión; es decir, disuasión.
La caída de Maduro reordenaría a la izquierda regional. Cuba y Nicaragua perderían a su socio clave y quedarían más expuestas a sanciones y aislamiento. En Colombia y Brasil, Petro y Lula tendrían que desmarcarse del chavismo para sostener la gobernabilidad en sus países y la inversión. En los países andinos, una transición creíble aliviaría la presión migratoria y permitiría cooperación policial más intensa contra el Tren de Aragua.
Esta fase sugiere que la caída del “madurismo” ya no se discute en clave de si, sino de cómo y cuándo. Y ese “cómo” apunta a tribunales antes que a tanques. A Maduro y a sus “soles” la petulancia podría llevarlos ante tribunales estadounidenses por narcotráfico y ante la Corte Penal Internacional por crímenes de lesa humanidad.
Cuando eso ocurra, la “brisita” se disipará, dejando expuesta la maquinaria de corrupción que la sostuvo, también en nuestros países, abriendo la posibilidad de reconstruir instituciones, restituir libertades y devolver a Venezuela a la senda democrática. ¡Lloren zurdopatas!

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