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«La ciudad y los perros», de Mario Vargas Llosa

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Fecha Publicación: 26/06/2024 - 21:20
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En “La ciudad y los perros” (Seix Barral, 1963), somos testigos de la rutina monótona y brutal de los cadetes del Colegio Militar Leoncio Prado, entre los cuales se encuentra Ricardo Arana, uno de los alumnos más retraídos. Al inicio, Ricardo llega desde Chiclayo hasta la capital, donde finalmente conoce a su padre, después de haber creído que este se hallaba muerto. El niño se mantiene rígido ante los gestos de amor paterno, como si tuviese un odio soterrado. Ricardo se inscribe en el colegio Leoncio Prado, donde es bautizado como el Esclavo, por ser víctima de un sinnúmero de humillaciones. Nadie habla con él porque es un chico tranquilo al que no le gusta bromear ni pelearse. Conocemos también a Alberto Fernández, un adolescente desinhibido al que sus compañeros llaman Poeta, por su facilidad para escribir cartas de amor. Lleva una vida en la que no le falta nada, salvo la atención paterna.

Uno de los grandes méritos de don Mario Vargas Llosa es transmitirnos, por medio de sus personajes, todas las inseguridades propias de la adolescencia, una época en la que el miedo al ridículo campea y las ansias por figurar dominan a casi todos. Vargas Llosa debe ser el escritor que mejor ha sabido captar el acento limeño, sus personajes tienen ese donaire y esa chispa en el habla propia de los peruanos. El fuerte de este autor siempre han sido los diálogos y la forma tan natural y ágil de presentarlos. Mediante el modo de hablar, logra dotar a cada personaje de una individualidad muy marcada.

Se hace hincapié también en la diversidad racial que existe en nuestro país y se ve cómo cada grupo desprecia al otro. En contadas oportunidades tanto negros e indígenas como cholos y blancos se unen por un objetivo común. En el caso de los cadetes, solo se unen para burlar a sus superiores o a los alumnos de grados avanzados que siempre abusan de los novatos o “perros”, sometiéndolos a vejaciones sin cuento.

Esta novela fue vetada por el gobierno franquista y en el Perú fue quemada públicamente, ya que la crudeza de los hechos que se narran es por momentos desconcertante. Sin embargo, demandó un esfuerzo titánico, ya que solo fue concluida luego de cuatro años. En una carta enviada a su amigo Abelardo Oquendo, en 1958, don Mario le indica: “Voy a salir loco. Frente a la máquina (de escribir) siento malhumor, palpitaciones, odio, impotencia, excitación, fiebre, frío, diarrea, contención, asco, vómito, vértigo y una inexpresable y espantosa desesperación”. Pero estos son los síntomas que sufre quien le da forma a algo nuevo, una creación que incluso se queda con parte de la energía y de la vida del autor, como si fuese un hijo de carne y hueso.

Por Evelyn García Tirado

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