La calma engañosa
En el mercado de la Av. La Molina, doña Rosa acomoda pollos en su vitrina de metal. Sonríe cuando algún cliente le comenta que “el precio está bajando”. Pero la sonrisa dura poco: aunque el kilo de pollo cueste hoy unos céntimos menos, al final del día la venta no alcanza para cubrir la deuda del pequeño préstamo que pidió para sostener su negocio.
La noticia de que la inflación anual cayó en agosto le suena lejana, como esas cifras que aparecen en la televisión mientras ella se limpia las manos de grasa y sigue atendiendo la fila. Lo que pasa en su puesto se repite en miles de mercados del país. La calma de los precios no significa tranquilidad en los bolsillos.
Es cierto: el Banco Central de Reserva decidió reducir la tasa de interés a 4,25 %, la más baja desde 2022, convencido de que la inflación está controlada y las expectativas, estables. Pero el verdadero reto para doña Rosa y para cualquier pequeño empresario no está en las curvas de los gráficos, sino en el laberinto de formalidad que cambia cada mes.
Cuando la economía se acerca a su “nivel potencial”, como dicen los técnicos, lo lógico sería que la confianza florezca. Y en parte lo hace: las encuestas muestran empresarios más optimistas en ventas y producción. Sin embargo, ¿de qué sirve el optimismo si el Estado sigue tratándolos como sospechosos?
La inflación baja debería ser un respiro, un momento para invertir y crecer. Pero se convierte en un lujo frágil cuando la cancha está llena de trabas que nada tienen que ver con vender mejor o contratar más personal.
La calma es engañosa porque detrás de ella late el mismo problema: nos hemos acostumbrado a celebrar cifras bonitas sin preguntarnos por qué no se traducen en más empleo digno. Lo grave es que hemos normalizado que abrir o sostener un negocio sea casi tan complicado como entender un comunicado del marco macroeconómico.
Y mientras tanto, el país entra en campaña rumbo a las elecciones de 2026. Los candidatos repetirán la palabra “crecimiento” en cada mitin, tal como hoy lo hace Dina Boluarte, prometiendo estabilidad como si fuera un obsequio personal.
Pero el verdadero dilema es otro: ¿qué modelo de país se votará en las urnas? Las cifras de hoy son solo el telón de fondo de una discusión política más profunda: cómo hacer que la estabilidad no se quede en los papeles, sino que llegue al puesto de doña Rosa.
Es bueno que la tasa esté en su nivel más bajo en años, pero como sociedad debemos estar listos para aprovechar esa oportunidad.
Doña Rosa seguirá vendiendo pollos en la Av. La Molina. En su balanza, la cifra pesa menos que la falta de clientes y más que cualquier tecnicismo. Esa es la verdadera lección: la calma puede ser un espejismo si no nos atrevemos a quitar los obstáculos que impiden que el país crezca con libertad.
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