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La benigna depresión de José Watanabe

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Fecha Publicación: 24/03/2021 - 20:20
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El 6 de diciembre de 2005, dos años antes de su muerte, José Watanabe participó en un conversatorio organizado por la Asociación Psiquiátrica Peruana con una ponencia a la que tituló “De la depresión a la creación”. En el campo de las letras y las artes, la relación entre ambas es recurrente.

Watanabe comenzó su intervención citando el caso del famoso poeta de lengua alemana Reiner María Rilke, quien agobiado por el peso de su existencia, caminaba al borde de un abismo una mañana de 1912. Mientras su mente y su corazón acariciaban la idea del suicidio, surgió como un clamor luminoso la siguiente frase: «¿Quién, si yo gritase, me oiría desde los coros celestiales?». Inmediatamente, como apunta Watanabe, Rilke fue consciente de la belleza inherente a sus palabras. Cinco años después, esos versos serían los que inaugurarían sus famosas Elegías de Duino, cumbre de las letras austriacas, colmadas de ese afán de trascendencia que, en su momento, impidió que su autor se quitase la vida.

El caso de Watanabe no es ajeno al de Rilke. En 1986 le fue diagnosticado un carcinoma pulmonar, lo que –junto a una reciente separación conyugal- lo indujo a una profunda depresión que lo paralizó completamente. En medio de una fuerte depresión es imposible crear y solo es posible hacerlo cuando la angustia decae a un nivel manejable, ha dicho Watanabe. Efectivamente, durante los primeros meses que pasó en el hospital de Hannover, hasta donde viajó para tratarse, se sintió en un permanente estado de perturbación, “con el alma suspendida”.

No obstante, a medida que sus perspectivas de recuperarse mejoraban, su angustia iba menguando, así como sus dificultades para entregarse nuevamente a la creación. El testimonio de esa tortuosa convalecencia y de la lucha personal de Watanabe por recuperar su salud es El huso de la palabra (1989), poemario que sería elegido como el mejor de la década de los ochentas y cuya consagración supuso para el autor una indemnización moral por el padecimiento sufrido. Esta cercanía de la muerte y el fantasma permanente de la depresión significaron para Watanabe un insospechado y no deseado estímulo que aguzó su sensibilidad poética sobre la finitud y precariedad del cuerpo.

Con esto no quiero decir que la depresión ni la angustia devengan en creación, ni siquiera, necesariamente, en el caso de un poeta u otra persona inclinada al arte (no existe una relación causal entre una y otra), pero estos amargos trances pueden conferir cierta experiencia que despierte una mayor consciencia o sensibilidad sobre determinado aspecto de la vida o –como en el caso particular de Watanabe- sobre el cuerpo y sus contrariedades, es decir, su trágica pero al mismo tiempo trascendente finitud. Asimismo, el arte puede tener una aplicación terapéutica y catárquica que conlleve a emplear de un modo creativo y luminoso el dolor por el que se atraviesa. A decir de Watanabe: “El miedo o en otras palabras la angustia de estar expuestos a un mundo demasiado incierto, creo que será la benigna depresión que me acompañará siempre”.

Coda

Concluida la participación de Watanabe, el psiquiatra Mariano Querol pidió la palabra y en una intervención igualmente admirable ilustró al auditorio sobre la etimología de la palabra “clínica”, que proviene del griego ??????? y hace referencia a los que yacen, los postrados, es decir, los enfermos, en contraposición de los sanos, que son quienes están de pie. Ahora que en estos tiempos inciertos de pandemia, muchos nos hemos acercado de una manera insólita a la muerte, conviene recordar esta diferencia y reflexionar sobre la belleza que tiene la vida cuando podemos contemplarla de pie.

Rafael Vallejo Bulnes