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La autogestión como herramienta democrática fuera del sistema

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Fecha Publicación: 31/07/2025 - 22:20
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El 20 de julio se estrenó Cuentos del más allá, la más reciente película del colectivo Filmnostro, dirigida por Dino Bibolotti. La avant-première se realizó en una sala alquilada con recursos propios y entradas autogestionadas. No es la primera vez que lo hacen. Filmnostro lleva tres películas y varios cortometrajes construidos desde la autogestión más radical: sin apoyo institucional, sin fondos públicos ni auspicios privados, con actores que también cargan cables, producen, difunden y editan.
Detrás de esta práctica no hay solo una voluntad de hacer cine. Hay una apuesta política por la cultura como derecho, no como privilegio. La autogestión artística —en el Perú— ha sido una de las formas más vivas de participación cultural: talleres gratuitos, bibliotecas comunitarias, espacios independientes, editoriales alternativas, autopublicaciones, cine colectivo. En todos ellos, se entrelazan las dimensiones esenciales de la participación cultural como derecho: creación, producción, acceso, disfrute y consumo.
Sin embargo, estas experiencias siguen fuera del radar institucional. Ni el Estado ni el sector privado han sabido —o querido— ver lo que sucede fuera de sus estándares. Y esos estándares, lejos de ser neutros, operan como filtros de exclusión. Por ejemplo, los estímulos económicos del Ministerio de Cultura exigen condiciones difíciles de alcanzar para la autogestión: estructura burocrática, conocimiento técnico para armar expedientes, formalización empresarial. En cine, la nueva ley exige contar con el 30 % del financiamiento asegurado y tener personería jurídica constituida.
¿Cómo hace un colectivo como Filmnostro para postular sin traicionar su esencia colaborativa y horizontal? La respuesta es simple: no postula. Y eso, en sí mismo, revela el problema. El sistema no está hecho para reconocer lo que no puede clasificar. Las bases de muchos concursos se diseñan desde una lógica académica e industrial que presupone procesos técnicos estandarizados: cronogramas, presupuestos, carpetas de producción, justificaciones, retornos. Pero el arte no siempre funciona así. La creación es un proceso caótico, íntimo, intuitivo y, muchas veces, colectivo.
Muchas de las obras más vitales de nuestro tiempo han nacido en los márgenes no institucionalizados. Paradójicamente, mientras el Estado desatiende estas expresiones, plataformas digitales globales como Clickforfestivals, Festhome o FilmFreeway han ofrecido herramientas útiles para difundir estos trabajos. Aunque de pago, permiten una exposición que antes no existía. Y, aun así, no es suficiente.
Lo que se necesita es visibilización sostenida, legitimación pública, canales de circulación nacionales, no solo internacionales. Una propuesta mínima sería construir un repositorio digital nacional donde se registren artistas, colectivos y obras en curso, una especie de directorio vivo, accesible y descentralizado, que sirva como puente entre creadores, audiencias e instituciones.
Esto no requiere millones, sino voluntad política. Pero para ello, hace falta dejar de mirar la cultura con lentes burocráticos y reconocerla como lo que realmente es: una expresión humana esencial, plural, imperfecta y transformadora.
La participación cultural no es solo asistir a eventos institucionales, ni consumir productos avalados por el establishment. Es crear, colaborar, producir desde los márgenes, ejercer ciudadanía desde el arte. La democracia, si quiere ser más que un ideal, debe nutrirse de estos espacios. Ignorarlos no solo es injusto; es antidemocrático. Porque allí donde se hace arte sin estándares, se está haciendo también patria sin intermediarios.

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