La amazona de Pérez Alencart
El jueves 23 de mayo, en la Casa de la Literatura Peruana, el poeta Marco Martos resaltó la presencia de la Amazonía en la obra de Alfredo Pérez Alencart, aun cuando Alfredo vive, hace cuatro décadas, en España. “Podría haber escrito sobre los atardeceres a orillas del Tormes, o las calles de Salamanca, sin embargo, elige los ríos de su primera patria”. Dijo también que es evidente la presencia de una sola mujer en toda su obra poética.
Fue en la presentación de “Poemas para una amazona”, su más reciente libro. “La poesía de Alfredo Pérez Alencart tiene un impulso especial de representación plástica y emocional, que debe ser conocida y divulgada a partir de estos condicionantes ¿De qué otra manera el universo amazónico, desbordado y desbordante, podría ser poetizado? ¿Puede un lector, en medio de la avalancha de sensaciones que convocan la flora, la fauna, los ríos, los vientos y las fuerzas naturales, mantenerse incólume ante los poemas para una amazona? Una cosa es la selva física y otra la emocional, aunque estén conectadas.
En la poesía de Alfredo, ambas convergen de un modo peculiar”, afirma Luis Eduardo García en la contratapa. “Vas leyendo deprisa mientras te desnudas, Amazona, /un poema que te hace vivir en la dirección exacta, / deseosa de dar respiración boca a boca a ese amado/ cuyo cuerpo amenazas recorrer de punta a punta”, escribe el poeta peruano salmantino, en el más íntimo de sus libros. Hace mucho no leía algo tan puntual en su asombro frente al eros.
Aquí, Alfredo, nos devuelve al más antiguo de los temas, pero le entrega otra piel: la selva como un poderoso símil para referirse a la mujer que devuelve al misterio, a la jungla, a los ríos de una poética, que esperábamos, para continuar afirmando lo infinito. “No envejezco/ porque tengo a la mujer/ que amé de joven”, escribe en “Eternidad del día”, la tercera de cinco puertas, o ventanas, que tiene el documento. “Qué ganas de empezar de nuevo, de volver a la inicial ternura, / diciéndonos que quizás de aquí a diez mil años / seremos tal vez otra vez inocentes”, escribió Jorge Enrique Adoum en “El amor desenterrado”, leyendo a Alfredo recordé la noticia de aquella pareja de esqueletos que sorprendió a Adoum, Marco evocó a Neruda y a los grandes maestros que le cantaron al amor, porque eso es “Poemas de una amazona”: un canto de amor que empezó a gestarse en Salamanca y necesitó del clima de Madre de Dios para que Pérez Alencart lo concluyera, le agregase aquel remate lírico que nos retornó al Poeta, al hombre que cuando mira el Tormes imagina el primer temblor, “sus vértebras sobre el lomo de una selvática luciérnaga”.
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