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Justicia Anti Inversión

Fecha Publicación: 15/01/2025 - 21:40
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Entrevistado hace unos días por Carlos Palacios de EXPRESO sobre diversos aspectos de la transformación económica bajo Javier Milei en la Argentina, llegamos al tema de la inversión privada como motor del crecimiento económico.  Señalé —aunque, en realidad, señalarlo resulta a estas alturas una simple verdad de Perogrullo— que la inversión —y en especial la inversión privada— es en todas partes y en todo lugar el condimento necesario para sazonar el crecimiento económico y la generación de bienestar.
Y para meterle un poco de picante a la sazón, agregué que —en particular— era sumamente importante atraer inversión extranjera directa (IED) por la “calidad” intrínseca de la misma, que además de flujos de dinero, usualmente implica nuevos conocimientos, nuevas tecnologías y nuevas formas de conducir los negocios.
Recordé que, precisamente, en los momentos que más rápidamente hemos crecido en el periodo que va desde el 1990 al 2024, coincidentemente, la inversión privada alcanzó sus picos máximos.  Incluso, en algún momento, en el 2008, por ejemplo, alcanzó niveles “asiáticos” (27.8% del PBI). Desafortunadamente, desde entonces no hemos vuelto a escalar una montaña tan alta en materia de inversión, ni hemos vuelto a registrar una tasa de crecimiento del PBI como la que registramos ese año, 9.1%.
Demás está decir que si algo necesita el Perú para dejar atrás la crisis de gobernabilidad y de insatisfacción con el sistema democrático ese “algo” es crecer de manera rápida y sostenida.  Sólo así lograremos que aumente el empleo formal y productivo y, por ende, el bienestar general de la población. Es más, como señala un reciente estudio del Banco Mundial, si el Perú creciese a tasas de 5% anual, y llevara a cabo algunas “reformas” de segunda generación (lucha contra la informalidad, la corrupción y la falta de institucionalidad, entre otras reformas) en menos de 20 años podríamos salir de la trampa de los ingresos medios, donde nos encontramos desde hace ya 60 años.
Entonces, si necesitamos crecer de manera rápida y sostenida, y para crecer de manera rápida y sostenida necesitamos de mayor inversión privada, y, sobre todo, de mayor inversión privada extranjera, ¿por qué nos mostramos tan impasibles ante el factor número uno que limita la llegada de inversión extranjera al país: la impredictibilidad y corrupción del sistema de justicia? En el mundo existe una competencia por los flujos de inversión extranjera, pero más que tasas cero de impuestos a la renta, como se pretende en el caso de las “zonas económicas especiales”, lo que con razón demandan las empresas internacionales es que en el país anfitrión la justicia —el ministerio público y el poder judicial— no sean como uno de esos agujeros negros que, según la ciencia, existen en el universo. Frente a los enormes beneficios de la IED, una justicia predecible, no es mucho pedir.

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